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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

25 mar 2013

Capítulo cincuenta y ocho



Había movimiento, más de lo usual. Algo no iba bien, lo sabía, lo presentía. Aquella sonrisa escondida no traía nada bueno, ¿cómo es que nadie podía notarlo? Todos lo pasaban de largo, simplemente le saludaban por respeto pero nadie sospechaba del plan que tenía en mente, ni siquiera él.

Apretó sus dientes. Si tan sólo no hubiera acompañado a Bill al hospital, en estos momentos sabría que se trae entre manos.

—¿Dónde estabas? —cuestionó mirándole por el rabillo del ojo.

—Con Jeny —respondió volteando su rostro. Cómo si no lo supiera: lo había invitado para que la conociera. Después de todo, iban a estar juntos un buen tiempo y por nada en el mundo dejaría a Jeny sola y mucho menos por él. Pero como siempre, Sam se negó.

Giró su vista con cuidado notando que se encontraba a las afueras de la oficina de Baecker y entonces, comprendió el porqué de su humor.

—¿Qué sucede? —preguntó dejando la pequeña discusión de su ausencia en el olvido—. ¿Baecker hará algo contra ella? —soltó atemorizado ya que si era así, no estaban preparados.

—No lo sé —dijo sin más—. Pero sé que planea algo —aseguró mirándolo con firmeza—. Ve con ella, por favor y no la dejes sola, yo seguiré aquí haber si descubro algo.

Bill asintió y antes de desaparecer por la pared del pasillo, dudoso, se giró nuevamente hacia él.

—¿Qué pasa si llega con nosotros y aún no descubres lo que planea?

Sam ni se inmutó ante esa pregunta y ni se molestó en mirarlo parecía que toda su concentración estuviese con la persona que se encontraba dentro de esa oficina, esperándolo, asechándolo. Aquello sólo logró una mueca en su compañero, Bill ya conocía esa mirada: Sam estaba imaginándose matando a Baecker una vez más en su mente. Interesante. Aun teniendo el deseo de tener sus manos manchadas de su sangre, sabía controlarse, aquello es algo que de una rara manera admira de él: Bill no pudo controlarse teniendo a su padre en frente, en cambio, Sam sabiendo que Baecker es el hijo del hombre que lo asesinó, se mantiene al margen. Es sorprendente.

En silencio, Bill se fue de ahí comprendiendo que su compañero le había dado la respuesta hacia su pregunta. Ellos dos ya habían dejado todo aclarado: si la situación lo ameritaba, había que actuar, no importaba las consecuencias. Y esa, era la situación.

El rubio yacía dentro de la oficina de Baecker. El idiota, como siempre, se encontraba revisando los papeles sobre su escritorio: no eran importantes, Sam también les había dado una leída y sólo eran perfiles de los pacientes. Nada extraño. Por una parte, admitió que aquel hombre en verdad se preocupaba por sus pacientes pero aun así, no dejaba de ser un monstruo.

Baecker acomodó un par de hojas golpeándolas sobre su escritorio y fijó su mirada en su reloj de muñeca. Fue indiferente y prosiguió con un nuevo trabajo, ahora, leía un grueso libro que tenía a un lado. Parecía tratarse de investigaciones acerca de nuevas enfermedades mentales, aburrido para Sam, como siempre.

Maldición, parecía que todo iba normal: Baecker no daba señales de que planeara algo pero… su sonrisa, aquel gesto retorcido le decía lo contrario. No iba a bajar la guardia. No importase cuanto tiempo dure a su lado: si el Director no se mueve, él tampoco lo haría.

—Será un día muy, muy largo.



David se puso su abrigo negro, tomó su sombrero y antes de salir revisó si todo estaba en orden en su oficina, al confirmarlo, bajó su mirada hacia su maletín. Todo estaba bien. Conforme, lo cerró y al ponerse su sombrero notó que estaba a punto de nevar: el cielo gris fuerte lo advertía. Suspiro con cierta melancolía, se venían las ventiscas, eso sólo significaba una cosa: el cumpleaños de Kimberly se acercaba.

¿Cómo era posible que un cumple años tan importante para los jóvenes sea celebrado en una institución mental? Pero luego, recordó que Kimberly no celebraba sus cumple años desde que cumplió los catorce. No porque no quisiera, sino porque ya no los recordaba. El encierro se había llevado todo rastro de la niña inocente y feliz que había sido antes de entrar a la institución. Aquello lo hacía sentir impotente de alguna manera…

—Bien, es hora de irme —avisó para él mismo tomando por fin su maletín de piel color café y sin más preámbulos giró el picaporte más no abrió la puerta—. Algo no anda bien —soltó con un amargo sabor en los labios.

Volvió a girarse y a echar una mirada en cada rincón de su oficina: todo estaba en orden, no parecía que se le haya olvidado algo, archivó todos los expedientes, su escritorio estaba en orden, todo lo suyo estaba guardado en su maletín. Entonces, ¿por qué tenía un mal presentimiento? No podía tratarse de Kimberly, según el último reporte de Kaulitz, se encontraba de maravilla aunque seguía un poco triste al no poder tener contacto con él, como antes. Sí, Jost también estaba decaído por ello. Baecker estaba tranquilo, ya no la sofocaba tanto y las cosas parecían volver a su rumbo. Entonces, ¿por qué sentirse de esa manera?

—La edad me traiciona —concluyó acomodando su sombrero.

La puerta se cerró tras suyo y su oficina lució vacía.

Divisó al final del pasillo una cabellera rubia inconfundible, ese era Gustav quien estaba a punto de irse a su casa. Después de todo, el turno para los trabajadores vespertinos había llegado a su fin.

—¡Cómo estás, Roy!

—¡Dr. Jost!

La mano del Doctor bajó al recibir la respuesta del guardia y siguió con su pequeña sonrisa hasta salir del pasillo. Era un buen joven, se le a figuraba que era alguien responsable. Debía serlo, Roy es el guardia que sustituyó al muchacho Kaulitz, de alguna manera, tenía que tenerle confianza.

—Dr. Jost, ¿ya se va? —asintió ante la pregunta de Gustav.

—Esta apunto de nevar, ¿quieres que te de un aventón?

—¡Lo agradecería demasiado! Sabe, hoy no me preparé para una nevada —informó alzando el cuello de su abrigo.

La sonrisa que el Doctor le había brindado desapareció de sus labios con rapidez. Cuando subieron al auto y el motor fue encendido, guardó unos minutos de silencio manteniendo sus manos sobre sus piernas, teniendo una batalla mental. Al final, se rindió y puso las manos sobre el volante.

—El clima está del asco, ¿no cree? —miró al guardia por el rabillo del ojo. Gustav tenía recargado su hombro en la ventana y miraba hacia afuera. La expresión que alcanzaba a ver y su simple tono de voz le hicieron descubrir que se encontraba igual de inquieto.

—Tú también lo sientes, ¿verdad? Es como si algo estuviera fuera de su lugar —los labios del rubio se fruncieron.

—No. Es como si algo… importante estuviera por suceder.

El carro arrancó.


Eran las doce de la noche, hora del recorrido.

Bill estuvo todo el día con Kimbery, tal y como Sam se lo había ordenado. Maldición, ¿desde cuándo se había convertido en su sirviente? Pero daba igual, al menos había disfrutado del día: hacía tiempo (no mucho, en verdad) que no pasaba las horas con Kimberly y Jeny de esa manera. Y claro, de vez en cuando le brindaba sonrisas y miradas a la pequeña que también yacía con ellos pero que nadie ve. Era algo extraño, sentía que la conocía de alguna parte pero… su mente no daba para más.

Jeny se había ido a las siete de la noche, ni un minuto más ni un minuto menos, como siempre. Esa era la hora en la que oficialmente comenzaba el turno de noche para el personal, esa era la hora en que Jeny se iba para buscarlo y como siempre, lo encontraba en esa sala llena de televisores y cables, ¿por qué aquel guardia llamado Georg era alguien tan importante para ella? ¿Por qué sentía la necesidad de estar a su lado, por qué le dolía el saber que él nunca se daría cuenta de su presencia? Le dolía aun estando muerta y podía sentir que lloraba aunque no tenía lágrimas... en verdad se sentía triste.

—Le preguntaré a Tom —soltó Kimberly acariciando su tibia frazada—. Estoy dispuesta a ayudarla, Bill.

—No será difícil sacarle información a mi hermano. Siempre ha tenido una boca grande… —guardó silencio—. ¿Crees que sabiendo la verdad, Jeny podrá irse… como se debe? —los hombros de Kimberly subieron y bajaron. Había una sonrisa melancólica en su rostro y una esperanza apagada en el de Bill.

—No pierdo nada con intentarlo.

No tardó mucho en quedarse dormida. Además, debía descansar un poco para recibir a su guardia como era debido. Bill pudo sentirse tranquilo: prácticamente el día había terminado y nada inusual había pasado. Sam se estaba volviendo cada vez más paranoico… se preguntó si eso era posible, bueno, con él todo lo era. Alzó su vista hacia el pequeño rectángulo que servía de ventana y ventilación: había comenzado a nevar.

—Debería irme —murmuró para sí—. No me gusta invadir su privacidad, adiós Kim —se despidió sonriendo de medio lado. Gracias y al cielo sólo había sido un mal presentimiento.

Al salir sólo se encontró con el ser que había asesinado a un paciente varios meses atrás y a una mujer calcinada que se arrastraba por el pasillo en busca de ayuda. Cerró sus ojos fuertemente al pasar a su lado: le tenía miedo y pena a la vez. Esos dos eran unas de las pocas almas que rehusaban en irse aun recibiendo de la energía de Kimberly que si bien era poca, era suficiente para tranquilizar a unos diez y mandar al otro mundo a unos tres. Se preguntó entonces si aquellas almas eran como Sam y si tenían su mismo propósito: venganza contra el mismo hombre…

El silbido del guardia llamado Roy lo desconcentró. Pudo orientarse en la hora al verlo hacer su rutina, dentro de hora y media, su hermano llegaría.

«Te lo dejo ahora a ti, Tom».

El silbido se hacía más fuerte y los nervios de Bill más notorios. Su cuerpo se puso en alerta en el momento en que ese hombre le pasó por un lado: algo extraño sucedía con él. Tanta felicidad en una persona, con ese empleo, a esa hora, no era normal.

Se giró siguiendo al guardia con la mirada, hasta que se perdió en el pasillo. ¿Irse o quedarse?

—Maldición —murmuró exaltado. Sam estaba cerca, eso quería decir que era hora de irse y se pudo confirmar que nada malo sucedería. Echó una última mirada hacia atrás, al parecer, estar pegado mucho tiempo con Sam traía sus desventajas, ¡ya era igual que él! Suspiró. Debía aprender a calmarse, era necesario.

El silbido para Bill dejaba de escucharse con cada paso que daba mientras que para los pacientes que yacían en las habitaciones 1009, 1010, 1011 lo escuchaban casi en sus oídos. El sonido era irritante y agudo, debía callarse… y lo hizo.

1014

Ahí estaba, pero todavía no podía entrar. No era la hora pero no faltaba mucho, sólo diez minutos más y actuaría.

Todo eso parecía un sueño, uno lejano e irreal, pero a la vez, palpable. Todavía estaba sin creer lo que Baecker le había propuesto, era como si le hubiesen entregado su deseo en bandeja de… oro. Hace apenas una noche estaba ahí con su superior, frente a esa misma puerta, escuchando como le dejaba acceder a su más retorcido deseo pero, lo más emocionante, fue cuando se encontraba planeando todo en la comodidad de su oficina.

Roy no era idiota, algo debió de haber pasado con aquella mujer para que el Director tomara una decisión como esa, y sí, lo había. Pero nunca creyó que sería referente a un absurdo tema como un “romance secreto”. Ese tal Kaulitz si que se lo tenía bien escondido. Gruñó por lo bajo. ¿Qué tenía ese pobretón de especial?

—Así que… todo esto es para sacarlo del juego, ¿no es así? —Baecker asintió levemente—. Pero señor, ¿no sería más fácil despedirlo y ya? Quiero decir, después de todo usted es… —calló de golpe y no porque haya sido interrumpido sino porque un brillo extraño sobresalió de las gafas del director.

Sintió como si hubiera tocado un tema del cuál no debía hablar. Era como si no debía entrometerse más de la cuenta o sino, el único que saldría perdiendo sería él. Baecker alzó un poco más su cabeza y con sus ojos entrecerrados lo miró amenazante.

—¿Y a ti qué te importa? —soltó sin más—. Sólo debería interesarte tus necesidades, no las mías.

Roy asintió pasando saliva con dificultad.

Después de un momento de incomodidad y de sentirse extremadamente pequeño ante la mirada demandante de su superior, pudo respirar nuevamente al escuchar un tranquilo “¿y bien?”

—A...acepto, ¡pero debe cumplir con su palabra! Olvidará el caso de esas pacientes y fingirá como si nada de eso pasó. Seguiré intocable, ¿entendió?

Baecker sonrió.

—El que pone las condiciones aquí, soy yo.

Un escalofrío en su espalda hizo que sacudiera repentinamente su cuerpo. Aun le daba algo de temor recordar aquella conversación aunque al final, terminó a su favor: Beacker accedió a cuidarlo y se podría decir, que podía seguir con las pacientes que quisiera mientras nadie más se diera cuenta. Ja, pan comido para él.

Un poco desorientado, al recordar que tenía el tiempo planeado, fijó su mirada en su reloj de muñeca percatándose de que ya era hora. Sus manos comenzaron a temblar y su corazón se aceleró tal vez de nervios, tal vez de felicidad, lo único que sabía era que no se iba aguantar más. Lo disfrutaría al máximo, no importaba si no llegaba más allá, mientras sus manos toquen todo lo que debían, estaba excelente.

El rechinido de la puerta hizo eco en las cuatros pequeñas paredes de la habitación, una pequeña manta de luz entró sin compasión calándole poco a poco en sus parpados que se encontraban cerrados, dormía plácidamente pero gracias a ello, sus sentidos despertaron poco a poco hasta volverse a reincorporar. Confundida, abrió sus ojos parpadeando al principio y cuando sintió que ya se había quitado un poco de sueño de encima, se percató de la luz que predominaba en la habitación y de una sombra que yacía entre ella.

Se había quedado dormida, ese había sido su primer pensamiento. Quitó la sábana que cubría la mitad de su rostro y se sentó con cuidado sobre su lugar. Qué vergüenza, ¿cómo no notó que Tom ya se encontraba ahí?

—Lo siento, me quedé dormida —murmuró apenada tallándose los ojos y estiró su cuerpo un poco—. ¿Tienes mucho tiempo esperándome, Tom?

—¿Tom? —rió—, ¿quién ese tal, Tom?

Kimberly se quedó helada.

Con movimientos torpes, bajó sus manos cayendo en cuenta que el hombre que había profanado la privacidad de sus sueños no era su guardia, era ese maldito que trataba de ocupar su lugar. Sin expresión alguna, dio un leve bostezo e hizo una mueca de indiferencia.

—No hice nada malo, así que vete y déjame dormir —ordenó preparando de nueva cuenta la sabana para cubrir su cuerpo…

—Lo sé. —Pero aquella voz detuvo sus movimientos.

—Entonces tienes un motivo menos para molestarme, ¡vete! —exigió.

—Creí que te gustaban las visitas nocturnas.

Los ojos de Kimberly se abrieron como platos, a donde… ¿adónde se dirigía esta conversación?

—N… no sé de donde sacas eso —Roy rió y Kimberly gruñó. Se burlaba de ella, aquel maldito hombre se burlaba.

—Él viene a verte toda las noches —señaló la puerta que yacía a sus espaldas. Esto estaba mal, muy mal, lo sabía, ¡Roy sabía lo de Tom!—. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo?

—Vete —exigió una vez más sintiendo como su voz se quebraba—. Por favor, ¡vete!

—No.

La desesperación incrementó.

Roy avanzó.

Kimberly gritó en silencio.

—¡¡Vete!!

Una fuerte presión en sus muñecas la hizo sentir inútil, ¿qué estaba pasando, qué quería hacerle? Ayuda, por favor… ayuda, Dr. Jost, Gustav, Tom… ¡alguien!



Aburrido, aburrido, agh, ¡aburrido! Estos pacientes si tomaban su medicamento para dormir así que no había nada interesante que vigilar, aunque, tal vez, era lo mejor. Ellos también necesitaban descansar.

Secaba sus manos contra su pantalón, ese jodido baño otra vez se había quedado sin toallas. Refunfuñó por lo bajo, al parecer, había comenzado esa noche con el pie izquierdo. Cansado y al sentir una presión en su nuca, llevó su mano derecha detrás de su cuello y comenzó a darse un masaje poco profesional pero que sin duda, le ayudó a relajarse unos minutos.

Sus pies se detuvieron, ¿qué había sido eso? Podía jurar haber escuchado a alguien gritar.

—¡Tom! —sus hombros se encogieron al ver a uno de sus compañeros correr hacia él.

—Sólo fui al baño, Kevin. No abandoné mi puesto —informó fastidiado ya que desde que lo habían movido a aquel piso, todas las miradas de sus compañeros estaban sobre él, esperando a que hiciera un movimiento en falso para poder ir y decírselo al Director como niñas idiotas.

—No es eso. El Director Baecker te estaba buscando, dice que te necesita nuevamente en el último piso.

—¿Qué? —soltó estupefacto y pudo sentir como sus ojos se abrían un poco más de lo normal—. ¿Qué pasó, está todo bien? ¡Dime!

—¡Todo está perfecto, mierda! —gritó molesto ante la manera en que le había apretado los brazos. Tom, volviendo en sí, lo soltó—. Sólo que se necesita más personal ahí, con Roy no es suficiente.

—Oh… eso. Bueno… supongo que, ¡adiós! —Kevin se había quedado con las palabras en la boca. Ese Kaulitz si que era extraño…

«¡Soy libre! —festejaba en su mente al tiempo que si dirigía al último piso—. Por fin… mi trabajo comienza a tener sentido, otra vez».


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kjdfhkjsdhfkjdlhfhkldjf ya se imaginarán lo que viene e.e 

1 comentario:

  1. O.o maldito Roy.. Ojala Tom llegueee a tiempo tiene q cuidar a su mujer..

    Siguelaaa prontooo esta muy interesante la fic :D

    bye cuidate

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