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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

24 feb 2013

Capítulo cincuenta y cinco



Parpadeó algo perdida y cuando pudo volver en sí, sacudió su cabeza y firmemente le exigió a Bill que hablara. Sin darse cuenta, mantenía sus puños alzados y su mandíbula apretada. El pelinegro mantenía su vista en un punto perdido del descuidado piso.

En ese momento, maldecía a Sam aunque no entendía porque lo hacía: después de todo, él le había dicho toda la verdad en su momento, fue su culpa por no haberle creído. Pero… tal vez, le odiaba en ese instante ya que no comprendía por qué Sam no fue capaz de decirle la verdad a Kimberly cómo lo hizo con él. Se supone que todos estaban involucrados, ¿por qué dejarla a ella de lado?

—Kimberly… el asesinato de Jeny fue cometido por el hijo que asesinó a… —cerró sus ojos—, que asesinó a Sam.

Retrocedió involuntaria. ¿Sam? Bill comprendió que aquello la había impactado por su rostro de espanto. Se estaba adelantando mucho y no decía nada: debía decirle la historia desde el principio o si no, no decir nada. Pero, con ese estado, ¿cómo se lo tomaría? Sabía muy bien que Kimberly ya presentaba una mejoría pero aun así, seguía inestable: no le podía decir algo tan delicado como eso de un día para otro. De la noche a la mañana. Maldición, pero… esto… ¡era algo que debió de saber desde hace mucho tiempo!

—Kimberly, nunca te has puesto a pensar… ¿por qué Sam y yo llegamos exclusivamente a ti? —aquella pregunta logró hacer que la chica frunciera su ceño.

—Porque soy la única que puedo ayudarles —calló— o bueno… eso intento—murmuró mandando una débil ola de energía a su exterior, apaciguando a las pocas almas que se encontraban a fuera.

Bill hizo una mueca.

—Hay más detrás de eso.

Kimberly pudo sentir una bola inexistente formándose en su garganta, la cual, debía tragar con dificultad. Exhaló todo el aire que pudo y se encogió de hombros; ya no quería más misterios sobre ella y los que le rodean… ya se había hartado.

—Si lo hay, ¿por qué no me lo dijiste antes? —preguntó demandante con su mirada endurecida—. Ya me fastidié de saber las cosas a medias…

—¡Hoy te lo diré todo! —gritó interrumpiéndola lográndole callar de golpe. Bill se mordió el labio inferior al notar que la había asustado y trató de calmarse—. La historia, comenzó con Sam… hace ya tiempo, antes que tú y yo naciéramos. Él fue internado en este hospital… —guardó silencio.

Su mirada se extrañó al ver el horror plasmado en el semblante de la chica. ¿Qué sucedía, qué había dicho? Aun nada. Tembloroso, se giró y ahí pudo comprender que es lo que le estaba pasando.

—¿S… Sam? —titubeó.

El ser que yacía en frente de ellos estaba medio curvado, sus brazos los había dejado caer: éstos se mecían lentamente en el aire; sus ojos estaban escondidos detrás de sus pequeños mechones de color opaco (el color rubio se había ido) que cubrían toda su frente. Su boca parecía estar haciendo una mueca, pero Bill negó aquella idea: estaba sonriendo. Una vez más, tenía una sonrisa retorcida pero era diferente a las otras, esta, era más escalofriante. Todo su cuerpo parecía ser una sombra espesa, se podía confundir con la de un frondoso árbol con forma humana; por dios, ¿qué le sucedió?

Kimberly gritó y se tiró al piso protegiéndose su cabeza: la lámpara del techo había explotado ocasionando que todos los pedazos se esparcieran por todo el lugar aunque parecía que todo estaba dirigido a ella y a Bill.

—¡Qué demonios haces! —gritó corriendo hacia su amiga y le miró reclamante.

La sonrisa de Sam se esfumó.

—¿Quién te dio permiso de hablar? —Bill apretó sus labios.

—¿Te refieres a tu historia? Ella tiene derecho a saberlo —exclamó sin darle tiempo para contestar.

Kimberly sollozaba por lo bajo. No, ella no quería saber nada si eso significaba problemas.

—Yo decidiré eso.

—¿Cómo te atreves? Las cosas por aquí están más compli…

—Yo lo sé, pero todavía no debe saber.

Bill gruñó.

—¡A ti nunca te importó la seguridad de Kimberly! —le señaló acusadoramente—. Kimberly, escúchame —rogó acercándose a su oído—. Este lugar es peligroso, Baecker, él es…

—¡Te dije que callaras!

Cuando alzó su vista pudo ver fugazmente como Sam se balanceaba sobre Bill y de esta manera, los dos fueron tragados por el piso.

—¿Bill? —le llamó atónita mirando el lugar donde él se encontraba hace unos segundos— ¡Bill! —gritó una y otra vez golpeando fuertemente el piso, exigiéndole de regreso. Su mano comenzó a adormilarse debido al dolor, inconscientemente se estaba lastimando, pero no se iba a detener hasta que Bill volviera.

Primero Jeny, luego Tom y después él… no… ¡los quería de vuelta!

—¡Kimberly, detente! —escuchó de lo que dedujo, era una enfermera—. ¡Las llaves, traigan las llaves!

—Bill, Bill… ¡¡regresa!! —gritó a todo pulmón contra el piso color blanco y suciedad inerte. De pronto, pudo sentir como unos brazos rodeaban su cuerpo, exigiéndole que se pusiera de pie. Ella tomó fuertemente aquellos brazos encajándole sus uñas y luchando por ser soltada: no podía irse, debía salvar a sus amigos.

—Kimberly, por favor, cálmate…

—¡No, Jeny y Bill me necesitan! Están con Sam, ¡están con Sam! —Avisaba señalando el cuadro donde éste había estado—. Debo ir, ¡debo ir! —gritó forcejeando con el guardia que extrañamente no era Gustav.

Entonces, se detuvo.

Lo miró estupefacta: era uno que nunca antes había visto. Moreno con su cabello rapado, era más alto y fuerte que su amigo. Por dios, ¡qué estaba sucediendo! ¿Dónde están quedando todos sus seres queridos? ¡¿Dónde está su familia?!

—¿Quién eres…? —aquello había sido soltado como un susurro que nadie pudo escuchar.

Volvió a luchar, se encontraba en los brazos de un desconocido. Ellos no podían tocarla, ¡no podían y no debían!

La enferma se mantuvo en su lugar esperando que el guardia y su compañero recostaran la paciente en la cama. Vio por el rabillo del ojo que su superior se aproximaba y como acto reflejó, apretó más la tabla que sostenía papelería de la muchacha. Pasó saliva y trató de respirar con normalidad al tenerlo a su lado.

—¿Qué sucedió?

—Decayó de la nada —informó—. Asegura que dos personas la necesitan, al parecer, lucha por ir a su “auxilio” —terminó mirando cómo amarraban a la paciente.

Baecker asintió.

—¿Dijo el nombre de las personas? —preguntó por curiosidad, después de todo, recordó que la chica siempre hablaba de uno en particular: Sam.

—Sí, Doctor —hizo una pausa—. Al parecer eran Bill, Jeny y Sam. En ese orden…

Baecker se tensó.

Sam y Bill, aquellos nombres no tenían importancia para él. El primero lo “conocía” desde que internaron a Kimberly, el segundo, ¡bah!, otro invento de su mente pero… el nombre de Jeny, oh dios, Jennifer. Aquella chica que no había soportado los experimentos, que había dejado un hueco en su profunda investigación de la esquizofrenia… Su mandíbula se endureció. Era extraño.

—¿Doctor?

—Sí, sí, lo siento —murmuró carraspeando—. Mi cabeza tiene muchos otros problemas en qué pensar.

—Me imagino… —asintió comprensiva volviendo a tomar todo el aire que se le era posible—. Kimberly llamaba con desesperación al primer nombre: Bill —comunicó nuevamente ya que el Director no le había escuchado con anterioridad—. ¿Ella tuvo familiares con ese nombre? —su superior negó.

—Ni se le ocurra pensar algo así —le advirtió sacando un frasco de medicamento de la bolsa de su bata—. Casi todos los nombres que ella dice son de personas inventadas, que nunca antes han tenido contacto con ella en la vida real, son amigos imaginarios, pues. —Terminó de explicar tomando la jeringa que le ofrecía su subordinada.

Encajó la aguja en la tapa para extraer todo el líquido. Finalizado, volvió a depositar el pequeño frasco en su bata. La enfermera extendió su mano dándole entender que ella lo haría, pero Baecker, se negó.

Con un ademán, le pidió a los guardias que se alejaran de la paciente y al estar cerca, pudo distinguir los lamentos: seguía llamando a ese tal Bill y de vez en cuando, pronunciaba el nombre de “Jeny”. Aunque sabía que era muy poco probable que se tratase de la misma Jeny que él conoció, el simple hecho de escuchar su nombre proviniendo de Kimberly, le causaba escalofríos. Echó una mirada rápida a las paredes notando que había menos dibujos que en su última visita…

—¿Dónde está Gustav? —aquella pregunta hizo que clavara los ojos en la paciente.

Se sorprendió un poco al ver su mirada: desafiante. Estaba molesta y pudo distinguir que había recobrado la calma.

La mandíbula de Kimberly se endureció y decidida, lucho un poco más para poder zafarse del amarre contra su cama. Baecker sonrió de lado.

—Él se fue.

Los dientes de la chica se apretaron.

—¿Dónde está? —cuestionó nuevamente ignorando la respuesta.

Jeny y Bill se habían ido. El Dr. Jost, Tom y Gustav, ¿también? Eso era imposible. Tom le había explicado que Baecker estuvo toda la noche sobre él, impidiéndole acercarse a su habitación. Por culpa del Director no pudo ver a su querido guardia cómo se debía y ahora, ¿estaba haciendo lo mismo con Gustav?

Este lugar es peligroso.

Esas palabras sonaron de pronto en su cabeza. Eso siempre lo supo pero que provinieran de Bill las hizo más alarmantes. Algo estaba sucediendo.

—No te preocupes por él —murmuró preparando la jeringa. Kim se estremeció al sentir la aguja rozar su brazo e hizo un último forcejeo.

—¿Dónde está el Dr. Jost?

—Yo estoy encargado de ti ahora —respondió comenzando a inyectar el medicamento.

—¿Dónde está Tom? —preguntó por último, interrumpiendo el remedio.

Baecker se agachó para quedar a la altura de su rostro. Su semblante se endureció haciendo que una lejana alarma sonara en el interior de la paciente anunciando “peligro”.

—¿Qué es él para ti… qué son todos ellos —corrigió— para ti?

Kimberly sonrió con altanería.

—No es de su incumbencia.

Un gruñir proveniente del Director se escuchó y lo que vino después ocasionó que todos los presentes lo miraran atónitos y un poco asustados. Era la primera vez que le veían hacer algo cómo eso: El director siempre había sido una persona respetuosa ante sus queridos pacientes.

Kimberly mantuvo sus ojos bien abiertos mirando la pared que yacía en su lado izquierdo: debido a la bofetada proveniente de su “Doctor”, su cabeza giró. Aun sentía el dorso de la mano plasmado en su mejilla derecha, le ardía, le ardía mucho. Baecker le había golpeado con tanta furia que ni siquiera él fue capaz de reaccionar ante ese cruel gesto hasta que vio el rostro de sus trabajadores.

—A veces es necesario castigar a estas criaturas o sino, terminarán siendo ellos los que te castiguen. Y eso, no se puede permitir —les informó dándoles la espalda para terminar de inyectar a la insolente paciente.

La enfermera y los dos guardias voltearon a verse tratando de digerir aquellas palabras para darle la razón. Después de todo, eran personas abandonadas por sus semejantes, ¿qué importaba lo que hacían o no con ellos?

Kimberly quedó sedada, otra vez, injustamente.

Los subordinados salieron detrás del Doctor. El guardia moreno que había sostenido a la paciente se encargó de cerrar nuevamente la pesada puerta no sin antes dirigirle una última mirada a la chica que yacía inconsciente en la cama.

Sonrió con malicia. Era linda… ¿quién se daría cuenta si abusaba de ella? Negó entre risas, la falta de sexo en su vida le hacía delirar aunque… no era mala idea. Segundos después, se unió a sus compañeros.

Baecker seguía sumergido en sus pensamientos: increíblemente, no había sido necesario su participación para regresarla a su estado. Entonces, confirmó que para ella ya no existía cura. Eso le tranquilizó. Aun así, seguiría tomando sus precauciones. Iba a seguir con su propuesta de mantener a Jost y a esos dos guardias alejados de ella. Sería un buen experimento ver cómo la paciente reacciona a causa de su ausencia…



Maldito día, estúpido Baecker, estúpidos pacientes aburridos. Negó. Ellos no tenían la culpa. ¡Estúpido Baecker!

Él sólo quería pasar un rato con ella, sólo eso. Además, ¡estaba en su posición de trabajo! Gruñó con molestia… se sumaba otro día sin verla. Maldición.

La extrañaba y moría de ganas por volverla a tocar.

—Pero esta noche será diferente —aseguró refunfuñando con su vista pegada a sus pies. Al figurar que llegaba a su puerta, levantó la mochila (que llevaba arrastrando desde que entró al edificio) dispuesto a buscar sus llaves.

Pero se quedó inmóvil al darse cuenta que encontró otra cosa…

—¿A… Andreas?

Su amigo, quién no respondió, se levantó con cuidado de su lugar que era, a un lado de la puerta de Tom, y caminó hacia él.

—¡Agh!

Tom retrocedió varios pasos hasta dar con la pared: Andreas le había propinado un fuerte puñetazo en su mejilla que, de seguro, le dejaría un gran moretón. Inconsciente, se llevó una mano hacia donde había recibido el golpe y lo miró aturdido, ¿qué fue todo eso?

—¡Qué demonios sucede contigo!

—¿Conmigo? ¡La pregunta es qué pasa contigo! —Tom subió la guardia está vez—. ¿Quién te crees para desaparecer de la nada? No respondes mis llamadas ni las de Iris, no nos buscas, nos ignoras… ¿por qué Tom? —no respondió—. Supimos lo que sucedió: tu padre… Gordon, nos avisó. Iris y yo sólo queríamos saber cómo estabas, darte nuestro apoyo. Ya sabes ¡cosas que amigos hacen!

—¡Pues ya me ves, estoy bien! —gritó igual de histérico que Andreas—. Una cosa tan trivial como eso no me iba a tumbar…

—Tom, era tu padre —le recordó sorprendido.

—Tú mismo lo dijiste, era —suspiró—. Agradezco que tu e Iris se preocupen por mí pero… simplemente, he decidido no encerrarme más en ese mundo de luto que no me corresponde —informó abriendo la puerta de su departamento.

Andreas entró tras él.

—Supongo que está bien —soltó—. Te has castigado por lo sucedido con Bill, me alegra saber que por fin te diste cuenta que no fue tu culpa.

Los ojos de Tom se cerraron con pesadez.

—Todavía no me siento listo para hablar sobre eso.

Andreas cerró su boca de golpe y asintió aunque sabía que no lo vería ya que le estaba dando la espalda. Un momento… había algo raro en su amigo, uh… ¿su ropa? No. ¿Engordó? Tal vez…

—¡Trenzas! —soltó señalándole.

—Me veo bien, ¿no?

—¡Te ves como un intento de rapero negro americano! —gritó aun sin poder asimilar el repentino cambio de look.

Tom resopló encogiéndose sobre sí mismo. Ese comentario le arruinó el día pero de una manera, le dio mucha gracia.

De la nada, ladeó su cabeza.

—Te ves más frentón —dedujo entrecerrando sus ojos.

El aludido sintió que su cuerpo se ladeaba ante ese comentario pero rápidamente se repuso y le encaró furioso: —¡Mi frente no es tan grande, maldita sea!


Nota final: LOL, Tom y su frente xd ¿nadie notó eso cuando recién se hizo las trenzas? HAHAHAHAHAH a mi amiga Andrea y a mí nos daba demasiada risa ok ya xd. Regresando con Kimberly... vuelvo a preguntar: ¿quién es el loco aquí >:c : Baecker o Kim? D: hahaha y Sam... ¿qué habrá hecho con Bill? o.o ~ ¡gracias por leer! :3 

17 feb 2013

Capítulo cincuenta y cuatro



Se puso de pie. Kimy la había despertado y eso, sólo significaba una cosa…

Arrastraba sus pies debido al sueño que aun traía encima, pero no le molestaba en lo más mínimo, valía la pena. Se aferró de los barrotes del pequeño hueco de su puerta y al confirmar que ahí se encontraba, recargado a un costado, sonrió. Qué bien se sentía volverlo a ver.

—No tengo mucho tiempo —susurraba—. Baecker ha estado encima de mí toda la noche, muy apenas logré escaparme —recargó su frente en los barrotes al escucharlo.

Baecker, maldito seas.

—Te extrañé —ante aquella confesión, se estremeció. Pudo sentir sus mejillas sonrojarse y sonrió, aunque Tom no fue capaz de ver aquel gesto ya que ya no se encontraba frente a ella, además, Kim escondía su rostro gracias a la oscuridad de su habitación.

—Yo también te extrañé… —soltó haciendo que Tom cerrara sus ojos. Su voz, oh, tenía tantas ganas de volver a escuchar su voz.

—Escucha —habló de pronto captando toda su atención—. Las cosas por aquí están un poco extrañas y creo que se me hará casi imposible venir a pasar un rato contigo… cómo antes —los dos pasaron saliva con dificultad y Kimberly sintió como se le formaba un nudo en la garganta.

Pero lo comprendía y tenía razón: ella mejor que nadie sabía cómo estaban las cosas y sobre todo, estaba consciente de la nueva y extraña actitud del Director. Era mejor tomar precauciones porque si los llegaban a descubrir… —sus ojos se cerraron—. Dios, ni siquiera se imaginaba lo que podían hacerles.

—No importa… —aseguró—, al menos sé que esta vez estarás aquí —dijo casi entre dientes y Tom no pudo evitar sentirse mal. La había dejado sola y por una… una estupidez.

—Lo siento, perdóname. Te juro que no volveré a irme, te lo juro.

—N-no, no te estoy reclamando, ¡no pienses así! —le pidió apretando más los barrotes—. Comprendo porque te ausentaste, en serio, lo hago —Tom apretaba sus dientes—. Pero no puedo evitar sentirme feliz al tenerte de vuelta y ahora que sé que estarás aquí… me sentiré segura, de nuevo.

—Kimberly —susurró encantado—. No sabes cuantas ganas tengo de besarte —confesó apretando sus puños. Molesto, le brindó una mirada furtiva a la cámara de seguridad que apuntaba hacia él: esta vez, Georg no estaba encargado de la sala de vigilancia.

Baecker había hecho unos últimos movimientos en el personal. Demonios, ¿es que acaso ese hombre no dormía?

«Y yo de abrazarte», pensó cerrando sus párpados con pesadez.

—Debo irme, ya duré mucho aquí… el guardia sospechará —Kim asintió aunque sabía que no podía verle—. Kimberly —la volvió a llamar—, no importa si se siguen complicando las cosas por aquí: nadie ni nada me impedirá que esté contigo… en especial este 24.

La chica se separó con cuidado de la puerta, mirando a la nada sin comprender. ¿Qué tenía de especial aquel día para Tom? Quiso preguntar el por qué pero no lo hizo ya que sentía que su guardia tenía algo más que decirle, ¿cómo? No lo sabía, era como un… presentimiento. Uno completamente cierto: su guardia mordía su labio inferior, parecía como si quisiera evitar la salida de dos palabras muy peligrosas. ¿Se lo diría? ¿Acaso era el momento? Un “te amo” en ese lugar, ¿era lo indicado?

Suspiró rendido y sus labios le brindaron una sonrisa vacía.

—Por cierto… me cambié mi peinado.

—¿Qué? —soltó estupefacta oyendo sus pasos distantes.

A lo lejos, se escuchó la alarma dando por aviso que Tom había salido por fin. Ella también sonrió con un toque de ausencia en su gesto.

—Muero por verlo —dijo sin más. Ese comentario tan tonto le había alegrado, de alguna manera, lo que le quedaba de la noche.

—¿No se quedará? —la vocecita de Kimy la había vuelto a la realidad. Ella simplemente negó sin ninguna pisca de enfado.

La pequeña infló sus mejillas.

—Al parecer, no lo veremos por otro par de días, supongo —las dos hicieron una mueca.

—¿Es por ese Señor? —suspiró—. Me da miedo —confesó abrazándose a sí misma.

Kimberly, mirándole con ternura y a la vez con pena, se acercó hasta ella y le acarició su cabeza, para después, abrazarle cómo se debía. Recordó a Jeny y el estado en el que se había puesto al ver al Director Baecker: parecía como si hubiese entrado en un tipo de transe que le mostraba una terrible pesadilla o un horrible suceso de su pasado. Parecía como si su amiga había visto al mismísimo diablo.

Nuevamente, se cuestionó si le conocía y si era así, por qué.

—No eres la única —le confesó, aunque no sólo se refería a Jeny.

Últimamente, a ella también le aterraba.



Las puertas de su oficina se abrieron de golpe haciendo que dejara el papeleo a un lado para prestar toda su atención a su querido subordinado, David Jost.

Baecker se puso de pie y llevó sus manos detrás de su espalda. Sin perder su tranquilo semblante, le dijo:

—Para entrar, primero se debe tocar —David gruñó por lo bajo.

—A la mierda los modales. ¡Regrésame a Kimberly! —exigió golpeando fuertemente el escritorio con su puño derecho, alborotando algunas plumas que se encontraban regadas por ahí.

Baecker negó, burlándose.

—Ella nunca fue tuya, sino mía. Sus padres me la dejaron a , ¿entiendes eso? Prácticamente, soy su tutor. —Sonrió triunfante volviendo a tomar asiento. Acomodó los papeles que yacían en frente, los golpeó un poco para alinearlos a la perfección y comenzó a leerlos ignorando por completo que el Dr. Jost seguía ahí.

David sintió la necesidad de abalanzarse contra él y golpearlo hasta romperle su estúpido rostro. Estaba furioso, con él, consigo mismo, con todos. Odiaba admitir que tenía razón: él no era quién para decidir sobre Kimberly, él no era su tutor, sus padres no se la confiaron (oh, cómo maldecía ese momento), él no era nadie.

—Kimberly ya está en los rangos normales, ya no hay necesidad de que la vigiles. Ella está bien, puede regresar a mi cuidado.

—Ella nunca estará bien —le recordó firmando un papel.

David apretó sus labios.

—Lo está —aseguró entre dientes—. ¡Ella lo está!

De nuevo tenían aquella discusión. Era el pan de todos los días, David no se cansaba de ello: él le repetiría una y otra vez que el estado de Kimberly se había estabilizado y Baecker se lo negaría una y otra y otra vez. Parecían unos niños, no, David parecía un niño, Baecker seguía con su perfil de profesional.

Eso le daba más coraje.

—David, no sigas —le pidió bajando la hoja que leía—. Si continúas con esto, no me dejaras otra opción: tendré que despedirte.

—¿Qué? —aquello le heló.

—No te estás comportando como un profesional —explicó con sencillez—. Pareces un idiota ignorante, un niño haciendo innecesarios berrinches y eso, mi estimado, es algo que no toleraré en mi hospital. —Terminó poniéndose de pie, apoyando fuertemente sus manos contra el escritorio—. Así que: o te comportas, o te largas.

—No entiendes, ¿verdad? —cuestionó entrecerrando sus ojos—. ¡Ella me necesita!

—No, ¡tú la necesitas! —le escupió—. Oh vamos David, ¿realmente te dañó el que tu esposa no pudiera tener hijos, el no poder tener una familia propia, el no tener una hija? —la mirada de David se ensombreció. No podía creer que se haya atrevido tocar aquel tema—. Kimberly no es tu hija —le explicó cómo si fuese algo complicado de entender—, es una paciente y debes aprender a verla cómo tal o eso te costará el trabajo.

»Te aguante muchas ya, ¡es más! Te aguante años —recordó para sí—. Pero he llegado a mi límite: sígueme jodiendo con este tema, ¡sígueme hablando como si fueses el padre de la paciente #1014! Y te largas y juro ante el Todo Poderoso que soy capaz de arruinar tu reputación para que no vuelvas a trabajar en ningún lado, nunca más —finalizó satisfecho—. Recuerda tu código ético, recuerda tu profesión: nada de sentimentalismo, nada de compromisos.

El aire no regresaba a su cuerpo, más extraño aún, parecía que David en esos momentos no necesitaba respirar: escuchar las palabras de su superior le habían dejado sin aliento; no sabía cómo contraatacar, estaba atrapado. Sabía que Baecker cumpliría su amenaza, además, tenía fundamentos que le apoyaban. David se estaba alejando de su código, se estaba involucrando con una paciente y eso era algo que su profesión le prohibía estrictamente. Sus puños se apretaron, se sintió un inútil.

—Cuando te calmes, tengas la cabeza fría y regreses a lo que es ser un verdadero profesionista, te dejaré acercarte a ella —le aseguró sin una pizca de burla en su voz—. Después de todo, ella se encariñó contigo y eso sí es algo que no lo puedo prohibir, además, nos conviene a todos que se mantenga tranquila y (aunque odie admitirlo) tu eres el único que puedes controlarla —suspiró exhausto.

David sintió su boca seca.

—Sólo… sólo mantenme informado de todo. —Su superior asintió.

—Recuerda: cuando regreses a impartir tu profesión como se debe —repitió antes de que saliera de su oficina.

David lo miró por el rabillo del ojo, segundos después, se fue.

—Idiota —soltó con cólera sentándose de mala gana, refunfuñando por lo bajo.

Abrió el cajón de su escritorio, sacó la carpeta color crema dispuesto a inspeccionar una vez más el expediente de la paciente. Suspiró. No había nada nuevo, todo lo de ella se lo sabía al derecho y al revés, no había mensajes ocultos ni nada que dijera que se le había pasado por alto: Kimberly era un caso perdido, cómo todos los locos que yacían en ese piso abandonado por Dios. Eso lo sabía muy bien, su experiencia se lo advertía. Entonces, ¿por qué mostraba cambios, por qué mejoró, por qué ya no es cómo antes? Ella no pudo cambiar. No. No podía hacerlo ya que eso estropearía toda su investigación; no tenía pensado tirar a la basura todos los años de empeño puestos en ella, ¡ni loco haría algo como eso!

Kimberly debía tener algo escondido bajo la manga: era una loca, pero no era estúpida. No. No lo era, no lo era. Estaba jugando con todos los del hospital, cómo lo hizo años atrás cuando dañó a ese guardia, sí, estaba seguro que se repetiría aquella historia con ese chico nuevo, bueno, ya no lo era tanto, pero… era casi el mismo patrón: guardia, lazo de confianza, conversaciones, sí… iba hacia dónde mismo con la diferencia de que “el nuevo” estaba enamorado de ella. ¿Y si eso le estaba entorpeciendo su investigación? ¿Y si todo el cambio de la paciente se debía a él? ¿Y si… la paciente también le quería?

No. Eso no tenía nada que ver, era algo trivial. Los sentimientos aquí no existían y mucho menos, en alguien como Kimberly, entonces…

—¡¡Qué demonios está sucediendo!! —gritó colérico y de pronto, hubo una lluvia de papeles de todo tipo a su alrededor.

Estaba agitado y sudaba frío. Pasaba saliva con continuidad sintiendo cómo volvía a calmarse. Gruñó por última vez llevando sus manos al escritorio: si no lo hacía, estaba seguro que caería al piso.

David era un motivo por quién Kimberly trataba de controlarse, lo alejaría.

Ese guardia rubio, sabía que hablaba con ella, lo alejaría.

Sus dibujos, eran una manera de controlar su estado. Se los quitaría.

El nuevo guardia, ese idiota llamado Tom, el que mantenía sentimientos prohibidos por ella, el que la hacía ver como una persona normal, el que la hacía sentir amada. Ese idiota, ese maldito. Lo alejaría de ella, ¡lo alejaría para siempre!

La alejaría de todos si era necesario pero nadie, ¡nadie! Arruinaría a su conejillo de indias. Kimberly regresaría a ser la de antes ya sea por su voluntad o en ambiente controlado. Después de todo:

—El que haya tocado fondo, será incapaz de volver.

Kimberly lo había hecho hace años, ella era un caso perdido, lo era y nadie podía decir lo contrario.



Las esperanzas se esfumaron al ver en su expresión que no había tenido éxito en su búsqueda. Kimberly, angustiada, volvió su vista al suelo.

—No pudo haber ido lejos, ¿verdad? —preguntó ansiosa. Bill se encogió de hombros sin saber qué responder.

—La busqué por todo el lugar, de arriba abajo. No vi señales de ella —Bill sabía muy bien lo que le preocupaba: en ese estado, cualquier alma en pena podía lastimar sin pensarlo a un ser viviente. Y bueno, la verdad, siendo alguien así… no había mucho en qué pensar.

—No entiendo, ¿por qué se fue? —los labios de Kimberly se apretaron.

—Yo tampoco lo entiendo —dijo sin más—. Manteníamos una conversación y cuando el Director llegó fue cuando empeoró.

Bill entreabrió sus labios tratando de reprimir su sorpresa. Así que Baecker tenía algo que ver, dios, eso sólo significaba una cosa. Oh, pobre de Jeny, ¡ella no se merecía algo como eso!

—¿Bill? —le llamó extrañada.

Los ojos del chico yacían ocultos gracias su cabello negro. Su cuerpo se había tensado y Kimberly pudo distinguir que su mandíbula se había endurecido; al parecer, él sabía algo…

—Maldito —murmuró—. Maldito sea…

—¿Bill? —le volvió a llamar, esta vez, estando frente a frente.

Sam le había contado la historia, le había advertido quién era Baecker en realidad y aunque en ese tiempo le había creído llegó a un momento en que todo eso se había convertido en habladurías sin sentido. No podía creer que un hombre fuera capaz de cometer ese tipo de atrocidades. Oh, Jeny… ¿qué te hicieron? ¡Qué te hicieron!

—Kimberly —la llamó con un hilo de voz—, sé muy bien porqué Jeny se fue y sé… —calló—. Sé cómo murió.

Los ojos de la paciente se abrieron un poco ante aquella confesión: la había tomado desprevenida.


Nota final: Aquí es cuando una llega al punto de preguntarse: ¿la loca es Kimberly o Baecker? .-. ¿o la autora? kdjgfdjjadsh ok no xd pues lo de mí ya sabían que estoy loca :3 hahaha espero y disfruten de este capítulo *-* 

9 feb 2013

Capítulo cincuenta y tres



Su paso era apresurado: estaba ansioso, ya quería verla. Oh dios, la extrañaba tanto… Abordó el ascensor y en menos de dos minutos estaba llegando ya al último piso. Se bajó y sintiéndose nervioso se encaminó hasta la puerta de seguridad. Faltaba poco, muy poco…

—¡Kaulitz!

El joven se giró cómo si hubiese sido descubierto en un acto de robo o algo parecido. Baecker estaba también en aquel piso, al parecer, él había usado las escaleras minutos antes de que él usara el ascensor.

Se tensó un poco y no tuvo más remedio que ir hacia dónde su jefe. Éste, al ver el nuevo look de Tom, hizo una mueca de desaprobación y negó levemente: los jóvenes de ahora, pensó.

—¿Sucede algo malo? —cuestionó cabizbajo.

—¿Qué haces aquí? —Tom lo miró extrañado y echó una vista rápida hacia la puerta de seguridad, después, la señaló.

—Es mi guardia. Me corresponde estar aquí —le recordó y Baecker volvió a negar.


—Me refiero a qué hace aquí. Pensé que seguiría guardando luto por lo de su padre —Oh, eso. El chico desvió su mirada tratando de fingir indiferencia ante ese comentario.

—No se puede estar triste por siempre —dijo sin más—. Además, esa es la ley de la vida: tenía que suceder tarde o temprano, supongo.

Silencio. Maldición, ese hombre como le causaba escalofríos y luego estando los dos solos en la oscuridad del piso el semblante del Director Baecker era más sombrío que de costumbre.

—Me gusta su manera de pensar —admitió asintiendo y echó una mirada a la tabla de apuntes que sostenía con sus dos manos.

—Gracias —murmuró dudoso—. Eh, creo que seguiré con mí… trabajo —avisó retrocediendo dos pasos pero nuevamente, la voz del Director lo detuvo.

—Oh Kaulitz, sobre eso, necesito que vayas al dormitorio masculino —sonrió—. A la vez, me alegra que hayas regresado, necesito un poco más de seguridad en esa área: los pacientes andan un poco inquietos —informó entrecerrando los ojos.

Tom hizo una mueca debido a la ansiedad.

—Pero… yo tengo que…

—Has faltado tres días, uno más de ausencia por aquí no hará daño, ¿o sí? —no hubo respuesta—. Yo haré esa inspección por ti, ¿te parece? Después de todo, tengo un asunto pendiente con uno de ellos —señaló hacia la puerta con la mirada.

Tom pasó saliva con dificultad.

—¿Con cuál de todos?

Baecker soltó una leve carcajada.



—¡Oh, eso es lo de menos! —exclamó dándole un apretón en su hombro—. Por cierto, bienvenido otra vez Kaulitz y bienvenido sea tu nuevo cabello también —aprobó entre dientes accionando la alarma de seguridad dejando a su empleado en el umbral de la entrada.



Tom, atónito, sólo vio como la pesada puerta de metal se volvía a cerrar detrás del Director. Ese señor era extraño, sí, lo diría siempre que se lo topara y es que era la verdad.

Suspiró y de mala gana, regresó al ascensor para cumplir con sus órdenes. Era mejor no hacerlo enojar y mientras más rápido haga su trabajo, más rápido podría ir con Kimberly, pensó. Aunque sabía que no se concentraría en nada, su nerviosismo no lo dejaría.

Inhaló todo el aire que pudo y lo exhaló pesadamente. Qué buena bienvenida, pensó con sarcasmo.

—Agh… —se quejó por lo bajo mirando las esquinas del ascensor.

Nuevamente ese olor ha quemado.



Jeny seguía en ese estado de shock. Kimberly no sabía qué hacer: tenía que ayudarla, pero si hacía un movimiento en falso en frente de Baecker, le costaría y mucho.

Se quedó paralizada escuchando con atención los leves lamentos de su amiga: le tenía miedo a Baecker, ¿por qué? No lo entendía, ¿le conocía? Era algo probable…

—Kimberly —le llamó captando su atención—. ¿Sucede algo, te sientes mal?

La chica negó levemente.

—¿Qué hace usted aquí? Nunca viene a verme a estas horas —cuestionó tratando de evadir sus preguntas.

Baecker le dio una de esas sonrisas que le daban a entender que no sucedía nada malo.

—Una enfermera me informó acerca de tu comportamiento hace ya unas noches atrás. Sólo tomo mis precauciones —informó y Kimberly asintió comprendiendo.

Así que la enfermera que le había descubierto hablando con Bill la había delatado. Bufó, no era de esperarse, era claro que iría con el chisme. Aunque eso extrañamente la calmó: aquello era una explicación lógica del porqué Baecker la visitaba mucho últimamente pero era ya momento de retirarse. Jeny lo había hecho hace unos minutos y le preocupaba que hiciera algo… malo.

—¿Y el Dr. Jost? —preguntó de la nada—. ¿Sigue pendiente de mi… estado? —aquello había venido ya que en esas últimas semanas no lo había visto ni siquiera para tomar sus sesiones vespertinas. Se podría decir que estaba más al pendiente el Director que él.

—No te lo tomes personal —comenzó—, pero le pedí que me diera algo de espacio contigo. Verás Kimberly, tú no tienes una buena reputación con el personal —le recordó, aunque Kimberly no entendió muy bien aquello— y es mejor si yo mismo estoy al pendiente. Te repito, sólo estoy tomando mis precauciones.

La chica volvió a asentir.

—Bueno, ya vio que estoy bien, ¿podría retirarse? —pidió con amabilidad—.Quisiera dormir.

Baecker entrecerró sus ojos.

—Sí, comprendo. Que descanses Kim. —ella sonrió con pesadez y le dio la espalda, dispuesta a meterse a la cama mientras seguía con el pendiente de su amiga.

Al escuchar que Baecker se alejaba, saltó de la cama y llamó a Jeny con sumisa cautela pero no tenía respuesta: al parecer, estaba sola. Apretó sus labios ante la intriga y decidió llamar a Bill: era la única persona que podría ir en su búsqueda pero para su maldita suerte, él tampoco se encontraba cerca…

Suspiró.

«¿Llamaré a Sam?»

Sam. Pudo sentir una ola de melancolía recorrer su cuerpo; hace mucho que no sabía nada de él: ¿dónde estará, estará bien, qué estará haciendo? ¿Se metería en un lío grave? Negó con fuerza. ¿Por qué pensar en él? Ha estado muy bien desde que desapareció repentinamente de su vida, no lo necesitaba y además, sabía que era la mejor opción olvidarlo de una vez por todas pero aun así…

—Espero que estés bien —le pidió al dibujo que yacía en frente de ella.

No podía hacerlo, no era tan fácil. Le tenía lástima, sí, era eso: su alma estaba tan podrida que había perdido el camino y Kimberly, ahora que había aceptado lo que era, estaba decidida a ayudarle a salir de ese infierno.

No importaba si alguna vez le llegó a hacer daño…



Tom salió del dormitorio de hombres un poco molesto: no había ningún problema en ese lugar, todos los pacientes dormían como unos bebés sólo uno que otro se despertaba de golpe, tal vez tenía pesadillas.

Se fue refunfuñando todo el camino, había perdido tiempo, ¡apreciado tiempo! Pudo haber estado con Kimberly en ese par de horas… pero qué vago era, sólo iba al Hospital para verla y no para trabajar cómo era debido. Se rió ante ese descubrimiento tan vil, no se arrepentía.

Abrió de mala gana la sala de seguridad llevándose una mirada sorpresiva de su compañero Georg… ¡Georg! Oh, cuánto le alegraba verlo pero al parecer, su semblante decía todo lo contrario: con ese mal humor se dejó caer en su silla y comenzó a moverse de un lado a otro maldiciendo por lo bajo. Cuando tuvo suficiente, detuvo todo y miró a su compañero por el rabillo del ojo, Georg rió.

—No sabía que tenías una frente tan grande —confesó soltando una carcajada. Tom, apenado, se llevó una mano a su frente para taparla y tontamente trató de mirársela. Volvió a refunfuñar: no era tan grande… ¿o sí?

Bufó.

—No es lo único que tengo grande —le miró arrancándole la sonrisa del rostro. Ésta vez, Tom rió.

—Gay —murmuró poniéndole un fin a la discusión— Y bien…

—Y bien… —arremedó. Se habían quedado sin tema de conversación aunque en realidad había mucho de qué hablar: por qué Tom no le contestaba las llamadas, cómo ha estado, cómo ha estado su familia con la noticia del fallecimiento de su padre, cómo ha estado su hermano, qué ha estado haciendo, el porqué de su cambio de look; y por parte de Georg también había muchas cuestiones: cómo se sentía acerca de esa tal “Jeny”, ¡quién era “Jeny”!, exactamente qué papel tuvo en la vida de su compañero… pero los dos decidieron callar.

—¿No vas a decirme nada de mi nuevo peinado? —Tom decidió aventurarse en una nueva plática.

Georg hizo una mueca y un ademán.

—Ya lo hice: te ves más frentón —Tom puso los ojos en blanco.

—Tomaré eso cómo un: ¡te ves muy bien, Tom! Eres jodidamente sexy —comentó imitando la voz de su compañero—. Además —retomó la seriedad—, tu frente es más grande que la mía, idiota.

Georg no peleó ante eso, simplemente rió: al parecer, Tom había terminado de dirigir la noticia y por fin, estaba volviendo a la normalidad.

«Eres muy fuerte, amigo», aseguró con admiración y lentamente se recargó en la silla de cuero.

Si tan sólo supiera leer su alma se daría cuenta de cómo estaba por dentro…

—Tom, ¿qué haces aquí? —preguntó con tanta seriedad que hizo sacarle un suspiro de fastidio. ¿Otra vez aquella estúpida pregunta?

—Baecker me preguntó lo mismo —informó cansado—: no me iba a quedar en mi departamento para siempre, ¡la vida sigue, mierda! —escupió un tanto molesto.

—¡Me refería a por qué no estás con Kimberly, imbécil! —Tom enmudeció. Oh… siempre entendiendo las preguntas mal—. A estas horas siempre estás con ella y yo estoy aquí cubriendo tu trasero —se explicó un poco más.

Tom se hundió en su lugar y llevó su vista hacia los monitores que brindaban una imagen azul de los corredores.

—Iba con ella, pero Baecker me regresó. —Los ojos de Georg se abrieron un poco.

—¿Y eso? —Tom alzó sus hombros.

—Quería que fuera a vigilar los dormitorios masculinos, según él, ha estado teniendo problemas pero… ¡tonterías! Ese lugar es tan tranquilo que me aburrió —resopló cruzándose de brazos.

—Aunque no lo creas, ellos a veces dan problemas también y con eso de que es Diciembre, algunos del personal piden días descanso para irse a las famosas “posadas” o simplemente, piden vacaciones —suspiró—. Este mes es el más pesado de todos.

Tom asintió comprendiendo un poco.

—¿Y tú no pides descansos? —Georg negó.

—Ni yo, ni Gustav… se nos hace algo estúpido —sonrió pero fue tan malicioso que Tom no pudo evitar encarnar una ceja—. Dime, ¿tienes pensado regalarle algo a Kim? Te tocó difícil, ¡será regalo doble!

—Sigo pensando qué puede ser: no debe ser algo grande para qué no sea descubierto, pero tampoco algo tan chiquito… —calló de golpe, ¿Georg dijo “doble”?— ¿a qué te refieres con “regalo doble”? —cuestionó algo perdido.

Su compañero le miró extrañado.

—¿No lo sabes?

—¿Saber qué? —rió ingenuo.

—El 24 es el cumple años de Kimberly. En ese año cumple sus dieciocho.

Nota final: haha ese Georg y Tom son unos loquillos lol actualicé un poco más temprano, creo yo o.o, espero y disfruten de este capítulo *-* kdfjhkds gracias por leer!! Qué tengan un muy bonito fin de semana lml FOI

Capítulo cincuenta y dos.




El sol calaba a más no poder, era verano, demasiado calor para su gusto. Disfrutaba de aquel clima pero el uniforme blanco de tela gruesa no le ayudaba a sentirse cómodo.

Los inquilinos “jugaban” en el patio. Claro, a su manera. Georg y cuatro guardias más yacían en diferentes puntos del jardín cuidando tanto de los pacientes cómo de las enfermeras. Todo parecía estar en orden: uno que otro paciente caminaba sin rumbo alguno con su mente ida, otros platicaban, trataban de jugar ajedrez o simplemente disfrutaban de los rayos del sol tal y como Jeny lo hacía.

Ella se encontraba sentada en una banca de madera, su semblante te podía decir que estaba tranquila y que disfrutaba mucho de ese día. Miraba sin prisa alguna el cielo, admirando los pájaros que volaban con libertad sobre el inmenso cielo azul. Tan limpio y tan puro, la chica suspiró.

Georg no pudo evitar sonreír, los rayos hacían que el rostro de Jeny luciera más bello para sus ojos verdes. Sin querer, el también suspiró y acto siguiente, hizo una mueca: ella sentía algo por él y él le correspondía pero… aquello era sólo era un capricho. Por fin lo había comprendido y lo mejor que podía hacer por el bien de los dos era alejarse de Jeny de una vez por todas.

Él sólo se había dejado cautivar por ella, era hombre y era débil, se dejó doblegar. No lo podía evitar pero por fin, cuando pudo enfriar su cabeza pudo poner sus pensamientos en orden: nada de eso podía ser. Simplemente no era sano, no era normal; ninguno de los dos iba a llevar una buena vida si seguían con esos “sentimientos” y sabía que al quién le iría peor sería a ella… así que, era momento del “alto”.

«Yo no soy para ti… —Jeny despegó su vista del cielo y sin querer, lo miró. Ella sonrió, una sonrisa tan sincera e inocente que dudaba si era real—… y tú no eres para mí». En ese momento, sintió como si pasara algo pesado por su garganta. Algo en aquella frase le decía que era mentira y que era un idiota pero otra cosa más débil dictaba que era lo correcto.

—Jeny… perdóname —murmuró observando como la chica volvía llevar su atención al cielo azul y sintió su corazón encogerse al ver que su liso cabello estaba recogido por un brilloso listón verde. El mismo listón que él le había regalado…

Esa misma tarde, pidió cambio de turno y cambio de puesto. Ese fue el último día en que la vio, ese fue el día en que ella se convirtió sólo en un distante recuerdo el cual sólo recordaría en los más maravillosos y confusos sueños.

—Hoy tampoco… ¿vino?

Esa voz lo trajo de golpe a la realidad. Giró su linterna hacia la puerta de la habitación 1014 logrando encandilar con la luz a la inquilina; alejó un poco el aparato para después encogerse de hombros y negar.

Era invierno.

Kimberly bajó su mirada y Georg pudo observar a la perfección (aunque la mitad de su rostro estuviera en la oscuridad) que hacía una mueca.

—Comprendo —murmuró dando media vuelta para volver a la cama pero de la nada, se detuvo—. Al menos… ¿sabes cómo está?

—No ha hablado con nadie —respondió con la luz de la linterna apuntando a sus pies—. Gustav y yo hemos tratado de localizarlo pero... no tiene línea.

El cuerpo de Kimberly se tensó.

—No te preocupes tanto… él es fuerte —Georg pensó que recibiría un fuerte y grotesco insulto ante el silencio sepulcral que gobernó el momento pero… lo que obtuvo había sido…

«Jeny»

Fue lo único que pensó al ver la sonrisa de Kimberly. Era igual a la de ella: llena de ilusiones, de sinceridad y al mismo tiempo ingenuidad.

Su cuerpo se heló y su corazón tembló.

—Lo sé —respondió sin más y avanzó hacia su cama para dormir.

Georg inmediatamente se fue de ahí con paso apresurado. Estuvo casi seguro que corrió al principio, pero supo después calmar aquel impulso.

Se sentía mal, se sentía un desgraciado. No. Es un desgraciado.

—Nunca debí dejarte, ¡nunca debí hacerlo! —gritó en la soledad del ascensor. 








 


Sintió un leve apretón en la boca de su estómago debido a una oleada de nervios que invadió su ser. Como siempre, hacía las cosas sin pensar en las consecuencias: ¿y si le despedían por esto? Idiota, ¿qué pasa si lo hacen? Ya no vería a Kimberly. Exhaló. No, nadie le quitaría ese derecho porque ella era…

Mía.

En el pasillo, sentía las rápidas miradas de sus compañeros y enfermeras que, sabía, se habían sorprendido; bajó un poco su vista tratando de pensar en otras cosas e ignorando aquellas reacciones. No importa qué es lo que piensen, sólo había una opinión importante y le pertenecía a ella, pensó
.
Llegó al corredor que daba hacia los vestidores y al entrar, no era de sorpresa encontrarse con el rubio guardia quién sacaba su pesada mochila llena de enormes libros de medicina de su casillero. Éste, al verlo, se quedó inmóvil con la boca entre abierta: más que sorprenderse por lo que se había hecho, le sorprendía verlo de regreso tan pronto y a la vez, estaba aliviado. Tom se encontraba bien y agradeció al cielo por ello. Le tenía preocupado.

Su saludo fue fugaz o tal vez ni siquiera lo fue: Tom sólo lo miró y se dirigió hacia su lugar en silencio, apoyó su mochila en la larga banca de madera y sacó su blanco uniforme. Gustav trató hacer su rutina de la misma manera, con calma. Además no había porqué apresurar las cosas: si Tom no deseaba hablar, no había razón para obligarle; entendía muy bien su situación y sabía que necesitaba su espacio.

—Nuevo look, eh —pero aún así, era su amigo y sentía la necesidad de sacarlo de su encierro mental.

Tom dejó su uniforme sobre la banca y escuchó la puerta del casillero de Gustav cerrarse, se giró para verlo y después de fruncirse el ceño mutuamente, su compañero sonrió.


—Te sienta bien. Eres todo un rapero —aquello había sido una aprobación, la primera del día—. Y lo mejor es que ya no pareces un vago: las rastas te hacían ver sucio, ¿sabes?

Extrañamente, aquel comentario le había hecho la tarde y rió, rió por primera vez en esos tres días de ausencia. Quién iba a decir que regresar al Hospital y ver a uno de sus amigos le haría tan bien; en esos momentos, deseó haber atendido las llamadas de Andreas desde un principio ya que, tal vez, se hubiera sentido bien desde el primer día.

Andreas… hasta Iris, diablos, los extrañaba.

—Gracias, supongo —murmuró pasando los dedos con cuidado entre sus nuevas trenzas negras. Aún le dolía.


—¿Cómo se lo tomaron Baecker y el Dr. Jost? —Tom se inmutó—. Oh, no te han visto, ¿verdad?

—Los he estado evitando —confesó divertido sacándose su camisa para ponerse la del uniforme—. No creo que hagan algo de alboroto, después de todo, las trenzas son más decentes que las rastas, ¿verdad? —silencio—… ¿verdad, Gustav? —le pidió la razón a su amigo, pero éste sólo rió.

—Ninguno de las dos cosas son decentes, ¡idiota! —soltó una carcajada—. Pero… si te aceptaron con estropajos en tu cabeza en lugar de cabello, ¡bah! Las trenzas no serán problema alguno.

Tom había sonreído y Gustav se dijo a sí mismo: “mi trabajo aquí ha terminado”. Se colgó el tirante de su mochila en su hombro y se despidió, tenía que llegar temprano a su casa si es que quería estudiar cómo era debido para su examen de bioquímica.

—Espera —le pidió con algo de impaciencia en su voz—. Kimberly, ¿cómo ha estado?

Gustav sonrió de lado.

—Tranquila —y dicho esto, salió.

No tenía ni la menor idea de cómo Tom había influido en la vida de su amiga y aunque al principio no le había parecido que estuvieran juntos, ahora, agradecía que el chico de trenzas llegara al hospital: le había borrado las heridas y había borrado los malos recuerdos que todos tenían de Kimberly. Inclusive, aquel horrible incidente con el viejo guardia, estaba quedando en el olvido.

Kimberly, sorprendentemente, retomaba (poco a poco) el camino de la cordura.

Tom sintió que daba un suspiro de alivio. Todo estaba bien, Kim se encontraba bien…

—Oh, está volviendo a nevar —se dijo a sí mismo viendo hacia la ventana que yacía sobre su cabeza.

El invierno había entrado hace una semana y las bajas temperaturas no se hicieron esperar. Gustav, antes de salir, también notó el suceso y mientras se ponía su enorme y caliente chamarra, recordó:

—El cumple años de Kimberly… ¡es en este mes!



Kimberly estaba lista para dormir con la cobija que Tom le había regalado hace ya unos meses. En su habitación siempre hacía frío, su guardia se había dado cuenta de ello y por eso le había dado aquel cobertor y aunque estaban en la estación del invierno, en su cuarto ya no hacía frío como antes.

—¿Sucede algo, Jeny? —le cuestionó al descubrirla admirando la pared con pocas hojas.

—Nada… sólo lo miraba a él —señaló el dibujo de Georg.

Kimberly, se puso de pie, lo desprendió y lo sostuvo con cuidado. Era mejor quitarlo antes que alguien más lo viera, se le había olvidado que lo había puesto ahí al confundirlo con uno de sus “inquilinos”.

A Georg también lo pondría debajo de su cama.

—Lo cuidaré bien, lo prometo —avisó bajando el colchón.

Jeny hizo una mueca.

—Kim, es normal… ¿no recordar casi nada? —la chica la miró con atención.

—¿A qué te refieres?

—No sé quién soy —soltó sin más—. Sólo recuerdo mi nombre y muy apenas… es extraño. Es como si alguien hubiese tomado la molestia de borrar todos mis recuerdos dejando solamente mi nombre y remarcado en negritas… —sus hombros se encogieron— y fugazmente, lo recuerdo a él, a Georg… pero… —pasó saliva—, no sé quién fue él en mi vida.

Se abrazó a sí misma.

—Es tan frustrante —confesó apretando sus labios.

Kimberly miró un punto perdido del piso. Era la primera vez que sabía algo de eso: de todas las almas que ha visto sólo ha tenido contacto con Bill y Sam. Con el primero, no se sorprendía al saber que recordaba absolutamente todo de su vida, después de todo, su cuerpo sigue vivo. Débil, pero intacto. Y de Sam… oh, él también estaba confundido cuando lo conoció, más bien, estaba desorientado; no entendía lo que estaba sucediendo, al parecer, aún no sabía que había muerto y después de dos meses… pareció recordarlo todo.

—Supongo que es normal, eso creo —susurró sin verla—. Si me guío con una experiencia pasada… lo recordarás todo en un par de meses —informó sintiendo algo de incomodidad.

Jeny suspiró.


—Me interesa más que nada saber cómo morí. Quiero saber qué me sucedió —exclamó entre dientes—. Es desesperante… es tan desesperante y frustrante no saber absolutamente nada de ti ni siquiera tener una idea de que fue lo que sucedió en tus últimos momentos…

Kimberly no dijo nada. ¿Para qué hablar si no sabía que decir? Pronunciar las frases “Te entiendo” o “me imagino cómo te has de sentir” sería cómo mentirle porque no tenía ni la menor idea de cómo se siente estar en una situación así y en un pensamiento egoísta, deseó nunca saberlo.

Se escuchó la alarma que hizo estremecerla. La había tomado por sorpresa. Las dos chicas giraron su atención hacia el pasillo y Kimberly sintió su corazón latir con fuerza: ¿será Tom? Algo le decía que sí, por favor, que así sea. Ansiosa, se mordió el labio inferior, cerró sus ojos y escuchó los ecos que producía la persona que se acercaba.

«Debe ser él… debe serlo».

—¿Director Baecker? —cuestionó sorprendida y decepcionada a la vez.

Al parecer, otra noche en la que Tom no vendría.

Baecker.

Ese nombre, Jeny conocía ese nombre, ese rostro…

¡No quiero morir aquí!

—¡No, no quiero! —gritó tan fuerte que hizo que las luces del pasillo temblaran. Kimberly le miró atónita, ¿qué le estaba sucediendo?

Se tomó la cabeza con desesperación, se inclinó hacia adelante y comenzó a temblar. Sus ojos estaban tan abiertos que Kim llegó a pensar que se les saldrían en cualquier momento: estaba demasiado asustada y comenzaba a descontrolarse.

—¿Sucede algo, Kim? —escuchó que el Director le preguntó pero ésta le ignoró.

—Jeny… —susurró atónita.

Se había encontrado con su asesino y Kim no lo sabía.


Nota final: mis ojos se cierran solos xd! Espero y disfruten de este capítulo *-* nos leemos en el siguiente ~ jdgskhsdkljgf ya quiero que lean los momentos de tensión que tengo preparados e_e kdsjfsg chao! Buenas noches c: 

2 feb 2013

Capítulo cincuenta y uno.



Kimberly pegó el último dibujo de Kimy sobre su pared que parecía estar desnuda: había quitado la mayoría de sus dibujos, rompiéndolos y le pidió al Dr. Jost que los sacara lo más pronto de su habitación. Ahora, se podía apreciar mejor el color que tenía: blanca. Aunque era de suponerse, todas las habitaciones eran de ese color. Más bien, todo el maldito hospital era así.

Empezaba desde abajo.

Quería avanzar, ¿no? Que mejor manera de hacerlo que sacando todo lo que le traía malos recuerdos: si no quería mirar hacia atrás, había que deshacerse de todo lo malo. Es lo que Jeny y Bill le habían dicho y la verdad, es que estaban en lo cierto. Y la mejor manera de comprobarlo era por la forma en que se sentía: libre.

No en su totalidad, pero ya era algo. Por fin, después de tantos años, podía sentir que respiraba sin restricción alguna.

—Kim… volvió.

Miró de reojo ante la advertencia de la niña y se puso en alerta aunque siguió acomodando la hoja de papel sobre su pared para fingir indiferencia. El Dr. Baecker ha ido a verla más de lo normal y casi nunca dice nada, solo se queda ahí, observándola y tomando notas. Tal vez, él no se creía el cuento de que poco a poco se iba a recuperando; a lo mejor, estaba seguro que era un engaño y en cualquier momento se pondría inestable dañando y golpeando todo lo que estuviera en su paso. Como lo hacía a los dieciséis años y como lo siguió haciendo… hasta que cruzó el límite.

Negó levemente. No había razones para sentir remordimiento alguno. Ella no había hecho nada malo, o más bien, no recordaba haberlo hecho.

Al terminar con el dibujo, se giró por fin con el Director y le encaró con su mirada pero mantenía una sonrisa en su rostro, mostrándole tranquilidad.

—¿Me hará algún examen? —cuestionó fingiendo curiosidad.

—No.

—¿Me dará un nuevo medicamento? —Baecker guardó silencio y después, la miró.

—No.

Kimberly asintió comprendiendo que estaba bien de salud. Pero, hizo una pregunta más:

—Entonces, ¿qué es lo que hace aquí?

Pudo distinguir un brillo en sus lentes gracias al reflejo de luz que había en el pasillo y pudo jurar haber visto una sonrisa en su rostro. Era extraña, grotesca, distorsionada y pequeña que tal vez pudo haberlo imaginado.

Pero aun así, retrocedió y agradeció que estuviera una puerta entre ellos dos. Kimy, se aferró ligeramente de su pants gris, ella también le temía. Últimamente, a ninguna de las dos le ha dado buena espina.

Aquellas visitas no las sentía como tal, las sentía como acoso. Y aunque sabía que era algo que debía comentarle al Dr. Jost pensó que tal vez era algo normal.

—Veo que mi paciente favorita se encuentre bien —respondió acercando su rostro a los barrotes de la puerta—. Y veo que está perfecta.

«Solo un poco más…»

El ceño de la paciente se frunció. Asqueada ante esas palabras se dirigió hacia su escritorio y comenzó a garabatear en una hoja, tratando de ignorarlo.

—Gracias. —Murmuró pensando que así se marcharía.

Inconsciente, soltó un apagado suspiro. En esos momentos, deseó que Tom estuviera a su lado, pero sabía que era un poco imposible: él todavía no se sentía bien.

Bill le había contado lo que pasó: Tom se enteró de la muerte de su padre y todo estaba fuera de control. Bill volvía a llorar y aunque no vio a Tom, pudo imaginarse cómo se encontraba. Sus dientes se apretaron ante la impotencia que le invadió: deseaba tanto el poder estar a su lado en esos momentos, quería darle su apoyo, quería abrazarlo… quería consolarlo (aunque no supiera cómo hacerlo). Pero no podía y todo… ¡por estar encerrada!

Baecker entrecerró sus ojos. Maldición, en esos momentos era cuando deseaba el poder leer la mente. ¿En qué estaba pensando Kimberly? Podía imaginar que se trataba de una discusión mental. Tal vez discutía con sus demonios interiores. Sí, debía ser eso, sí… interesante, ¡interesante!

De nueva cuenta, siguió tomando notas.

Kimy estaba sentada en el piso con la mirada perdida en el piso. Ella también se sentía triste por el dolor de Tom. Miró a Kim con sumisa atención y lo único que pudo hacer fue apoyar su cabecita en sus piernas. Al menos, se darían apoyo entre ellas.

Los hombros de Kimberly se encogieron y un poco cansada, se recostó sobre el escritorio escondiendo su rostro entre sus brazos. Pudo distinguir que el Director seguía en ese mismo lugar tomando notas. Maldición, gruñó por lo bajo y cerró los ojos. Tarde o temprano se debía de ir.

«Tom… perdóname por no estar a tu lado, Tom… —sus parpados se cerraron—, pronto estaré contigo, lo prometo».

La dejó sola.

Sola y desprotegida.

Aquello resonó en la cabeza de Sam sin saber si tomarlo como ventaja o simplemente sentir lástima ya que sabía que Kimberly era la siguiente víctima de la familia Baecker. Lo sabía desde hace tiempo, sabía que después de Jeny, seguiría ella… lo sabía y aun así, no dijo nada. Apartó la vista de ella y caminó sin rumbo por el pasillo, alejándose de aquel hombre que le causaba repugnancia (no podía creer que aguantó estar a su lado).

Sin darse cuenta, ya se encontraba afuera, viendo como los copos de nieve tocaban su ser pero no podía sentir el frío del clima ni la sensación del frío en su cuerpo ya que, claro, él no tenía alguno. Hizo una mueca y miró al cielo, ese clima solo significaba una cosa: se acercaba el cumpleaños número dieciocho de Kimberly.

Una sonrisa vacía le invadió.

—Tendrás un regalo, el mejor regalo de todos.



Tenía su máquina contestadora llena: eran mensajes de Andreas y sorprendentemente, de Iris también y solo tres de Gordon. Como siempre, de Simone no había noticias.

Era de esperarse, algo dentro de él le decía que su madre se sentía igual de confundida y devastada. Después de todo, había llegado amar a ese hombre, fue su primer novio, su primer esposo, su primer amor. Suspiró. Tal vez debía ir con ella: se suponía que era en esos momentos cuando la familia debía estar unida pero desechó esa idea inmediatamente al saber que solo empeoraría las cosas.

Tom le recordaba a Jörg. Siempre se lo había dicho, siempre se lo había señalado. Era por eso que le odiaba: si él la había lastimado, ¿qué se podía esperar de un hijo con el mismo carácter? Simone nunca superó aquella ruptura. Seguía teniendo la daga clavada en su corazón y aunque había encontrado a un buen hombre, éste no ha sido capaz de sacarlo.

Y luego, supuso que tenía que ir con Bill y nuevamente, volvió a negar. Su hermano se encontraba en un estado crítico y le aterraba el pensar que con una noticia así pudiera decaer llegando a… a morir. No, Bill no debía saberlo, no aún. Pobre, si supiera que fue su hermano el que ocasionó todo eso tal vez… tal vez no se preocuparía tanto por sus sentimientos.

No se lo merecía.

Solo le quedaba Kimberly pero… no podía mortificarla con cosas insignificantes. Ella ha estado feliz y él no quería hacerla sentir triste. No se lo perdonaría.

Entonces, estaba solo.

Sus cejas se fruncieron ante un ataque de ira contra él mismo. Se levantó de su sillón y sintiendo su sangre hervir borró todos los mensajes y desconectó el teléfono. Abrió las cortinas iluminando un poco el departamento, qué importaba si el cielo estaba gris y se encontrase nevando afuera, había luz y desesperado, abrió la ventana dejando entrar un frío infernal.

La helada brisa acarició su torso desnudo y Tom parecía disfrutarlo. En otras palabras, fue como si un balde de agua fría le cayera en la cabeza haciéndole despertar de una vez por todas. Pasó su lengua entre sus labios mojando un poco el piercing que adornaba su joven rostro y miró su reflejo ante el ventanal.

¿Qué estaba haciendo? No. ¿Qué estaba haciendo con su vida? Por dios, se desconocía. Todos esos meses lloriqueando por los rincones, sintiéndose inferior, sintiéndose débil. Ese no era él.

—¿Dónde estás, Tom? —preguntó ante el reflejo. Esa era la pregunta, adónde había ido el verdadero Tom: aquel que era valiente, seguro de sí mismo, feliz…

Él no merecía tanto dolor, no merecía nada de eso. Él no había hecho nada malo, él era inocente: no es su culpa ser hijo de Jörg, no es su culpa que Bill se encuentre en coma pero sí es su culpa ser infeliz. Él solo se encerró en aquella burbuja de agonía que debía de reventar ya o si no, terminaría perdido.

Y él no quería eso.

—Ya no.

Es tiempo de ser fuerte. Por él, por Bill, por Kimberly, era tiempo de cambiar y de actuar.

Es momento de traer al viejo Tom devuelta.

Es momento de volver a ser feliz. Porque tenía motivo para serlo, tenía motivos para volver a sonreír. Qué importaba si su madre no lo viera de esa manera, ¡qué más daba! Era su vida, no la de ella.

—Es tiempo de avanzar.

Su mandíbula se endureció al detenerse frente la puerta de lo que es/era la habitación de su hermano menor.

«No estoy haciendo nada malo. No te estoy faltando al respeto. Es solo… que no voy a seguir guardando luto por algo que no está sucediendo».

Y al decir esas palabras que eran más para él que para Bill, se marchó.

—Me alegra tenerte devuelta, Tom.

Su hermano mayor había regresado, todo parecía mejorar… parecía.

Nota: Ya se viene... ya saben, cuando hago mi maldad (6) HAHAHA espero y les guste el capítulo *-*