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Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

15 ene 2013

Capítulo cuarenta y siete



El tiempo pasaba tan lento en esos momentos para ella. Desde que cortó conversación con el joven Kaulitz se ha mantenido sentada en la orilla de su cama, aferrándose a ésta y mirando un punto perdido en el piso. De nuevo, su cabeza comenzaba a hacer mucho ruido y eso le causó un dolor insoportable; todo este tiempo, ha estado tratado de callarla pero… era imposible mantener sus pensamientos en orden. Suspiró.

Antes su mente era un desastre total, ahora con todo lo que Bill le había dicho, su mente ya no existía.

Luz.
¿Acaso es lo que hay dentro de ella: luz? Inconscientemente, se llevó sus dos manos hacia su pecho, apretándolo un poco logrando sentir el fuerte latido de su corazón. ¿Era eso? Siempre había sentido algo extraño en su interior, como una energía que no podía explicar, ¿se trataba de esa luz que Bill le había dicho que tenía?

Entonces, recordó los campos de fuerza que logró hacer gracias a esa extraña energía. Hace un par de meses atrás había descubierto que podía crearlas y después de tanto practicar, por fin logró hacerlas a la perfección. Pero, aún así, podía sentir que había algo extraño en ellas.

No eran campos de protección, aunque así le sirvieran. Era algo que lo único que ocasionaba era llamar la atención de más almas a su alrededor y lo que les causaba a unas de ellas cuando tocaban el campo no era la destrucción (aunque eso era lo que Kimberly deseaba: usar los campos de energías como unas armas contra esas malditas almas): lo que ocasionaba era serenarlas. Era por eso que desaparecían….

Sus ojos se abrieron ante tal descubrimiento. Bill tenía razón… en absolutamente todo.

—Dime… —pronunció carraspeando su garganta al sonar algo ronca—. ¿Qué fue exactamente lo que pasó cuando me encontraba en el patio?

Bill que se encontraba sentado a un lado de ella, se hizo para atrás al escucharla hablar. Al igual que su amiga, desvió su mirada al piso y vio hacia un punto perdido.

—Todo ocurrió cuando encontraste el girasol —comenzó a explicar—. Algo extraño comenzó a desprenderse de ti acaparando la atención de todos nosotros. Sam y yo nos acercamos más que nada por curiosidad y observamos como esas almas desesperadas luchaban por traspasar los ventanales. Después, vino algo mucho más raro: de ti se desprendió una gran ola de energía llena de luz. Recuerdo que era cálida —agregó con calma en su voz, como si estuviera sintiendo aquel calor en esos momentos—. Y lo demás, es historia. Aquellas almas se calmaron y unas desaparecieron poco a poco —la miró—; al parecer, esos seres que se marcharon, lograron traspasar al otro mundo.

El rostro de Kimberly delataba sorpresa. ¿Ella había todo eso, era enserio? ¿Era capaz de soltar gran magnitud de energía fuera de su cuerpo? Al parecer, sí.

—Y… aun así, ¿no logré salvarte a ti? —preguntó con un hilo de voz al percatarse del intenso color gris que prevalecía en él.

Bill dio una vacía sonrisa.

—Me fui antes de que eso pasara —confesó avergonzado. Él tuvo la oportunidad de ser salvado y decidió desaprovecharla.

Kimberly estuvo a punto de reprocharle, pero la chica se comió sus palabras en el momento en que Bill la miró. Tenía una sonrisa y una mirada que ella ya conocía a la perfección y en ese momento, se dio cuenta de la gran similitud que tenían los gemelos Kaulitz hasta en su corazón.

—Pero lograste aclarar mi mente. Eso me ayudó mucho, gracias —dijo con tanta inocencia que Kim pudo sentir su corazón achicarse.

¿Cómo era posible que, después de todo lo que pasó, aun tuviera la fuerza suficiente para brindarle una sincera sonrisa? Sin odio, sin dolor. Aquella sonrisa estaba llena gratitud y serenidad.

Pero de golpe, dejó todo eso en el olvido al recordar que Bill había mencionado el nombre de Sam. Un poco alterada, se levantó de la cama mirando con seriedad y curiosidad a su amigo. Sus puños se apretaron y de repente, su mirada se endureció.

—¿Y Sam? —aquella pregunta le sorprendió.

Los ojos de Bill se entrecerraron ante la confusión y al notarlo, Kimberly continuó:

—Me dijiste que estaba contigo, ¿qué pasó con él? ¿Logré… —guardó silencio por unos segundos—… logré hacer algo por él, logré salvarlo?

Los labios del muchacho se fruncieron y de nueva cuenta, desvió su mirada. Los hombros de Kimberly se encogieron ante una sensación de decepción que no pudo evitar sentir: aunque Bill no le haya contestado, su silencio, era respuesta suficiente.

—Podrás salvarlo… —la chica alzó su mirada hacia él—, es solo cuestión de volverte más fuerte. Aun mucho más fuerte que él.

Escuchaba sus palabras con atención, ¿era capaz de serlo? Como buscando una respuesta, buscó a Kimy, quien se encontraba lo más alejada de ellos dos. Al parecer, trataba de darles algo de privacidad pero al mismo tiempo, quería saber de qué tanto hablaban; después de todo, aquella platica también era de ella.

La pequeña le asintió y ella le correspondió el gesto: sí, podía ser fuerte. Así como lo ha sido todos estos años de soledad, podía serlo ahora que sabía que tenía una familia que creía en ella. Aquellas personas se habían convertido en sus aliados a partir del día que había pisado el patio del hospital después de años de encierro.

—Los salvaré a ustedes… y me salvaré a mí. —Declaró mirándolo con suma confianza. Una mirada que nunca nadie le había visto—. Es una promesa.

Y lo que hubiera sido un épico momento se vio destruido gracias a una intrusa que yacía fuera de su habitación. Había sido descubierta gracias a sus manos torpes: se le había caído un bote de pastillas.

Kimberly se quedó paralizada y la enfermera, seguía perpleja. Había oído a la perfección como la paciente regresaba a sus delirios comenzando a hablarle a un ser inexistente; aunque sabía el historial clínico de la chica, era la primera vez, en todo el tiempo que llevaba trabajando en el hospital, que la veía haciendo eso.

Miró hacia el frasco de pastillas que sostenía en su mano derecha y fugazmente, volvió su vista hacia Kimberly llegando a la conclusión que aquella dosis no sería suficiente. Kim, al darse cuenta que estaba a punto de irse, corrió hacia su puerta para llamarle y pedirle que regresara, pero era tarde, ya había salido del pasillo.

Bufó entendiendo que se encontraría en grandes problemas, estaba segurísima que iría por el Dr. Baecker para que la examinara el mismo. Rodó sus ojos. Bueno, ¿qué más daba un medicamento nuevo? Podía soportarlo.

Además, ese no era un problema importante.

—Bill —le llamó sacándolo de sus pensamientos. El chico no pudo sentirse culpable al saber que por su culpa la drogarían hasta más no poder—. Me podrías explicar por qué exactamente regresaste conmigo —cuestionó mirándolo nuevamente con curiosidad—, no me lo tomes a mal. No sabes cuánto me alegra tenerte de vuelta —los dos sonrieron—. Pero…

El suspiro de Bill la interrumpió.

—¿Para qué regresar sabiendo que ya tengo casi toda la libertad de hacer lo que yo quiera? —la chica asintió—. Porque hay algo que no puedo hacer solo —explicó sin más—: no me puedo ir sabiendo que Tom no conoce toda tu verdad. Es injusto que él crea que estás aquí por culpa de una enfermedad cuando lo que tú tienes es un… don.

El rostro de Kimberly se tensó. ¿Decirle a Tom la verdad acerca de ella? No, todavía no estaba preparada para eso.

Aquello había sido un tema que jamás ha salido de su cabeza desde que comprendió los sentimientos que tenía hacia su guardia. Era algo que no era fácil dejar de lado: por supuesto que tenía pensado decirle pero… no creía que era necesario. Llegó a la conclusión de que era mejor dejar las cosas así: que todos creyeran que era una enfermedad mental era algo más fácil de creer y explicar que decir que ella veía fantasmas.

Pero… se le hacía injusto engañarle de esa manera. Él no se merecía eso.

—¿Me ayudarás? —Bill asintió.

—No será fácil —aseguró—. Tom por más que sea alguien de mucha esperanza, mantiene su cabeza cerrada con cosas como ésta. Es por eso, que me mantendré a tu lado cuando sea hora de decir la verdad. Y también… —inhaló todo el aire posible—… sería una buena forma de despedirme de ustedes.

—B… Bill —tartamudeó ante lo último que el chico había dicho. ¿Irse? Eso le dolió.

Era irónico. Cuando lo conoció la primera vez eso era lo que más deseaba, que se marchara lo más antes posible de su vida y ahora… no quiere que salga de ella. No, él era su amigo. No podía dejarla.

Negó firmemente, eso no pasaría.

—Tú aun no mueres —le recordó—. Tienes la oportunidad de salvarte, ¡todavía puedes levantarte de esa cama, Bill!

El chico le sonrió.

—Kimberly… yo ya no tengo nada más qué hacer en este mundo.

Se pudo escuchar a la perfección como pasaba saliva con dificultad al oírle decir eso. Bill le pedía que fuera fuerte cuando él ya se había dado por vencido, ¿por qué? Cerró sus ojos tratando de retener sus lágrimas, no quería llorar enfrente de él: ya le había prometido que no sería débil.


Tonterías. No importa lo que Bill diga, ella le había jurado que salvaría a todos y eso lo incluía a él: descubriría la manera de hacerlo regresar, así sea lo último que haga. Rescataría a su amigo y también… ¡rescataría a Sam!



Miraba las estrellas como lo ha estado haciendo estas últimas noches ya que sabía a la perfección que se aproximaba el día en que ya no las vería más.

Pensó en Iris. Cómo le hubiera gustado llevarla a acampar, solos ella y él en medio de la nada disfrutando de una noche despejada como la que él estaba viviendo en esos momentos y luego, pensó que tal vez a él no le correspondía hacerlo.

La extrañaba, extrañaba a su novia. Mierda, extrañaba a todos pero sabía muy bien que él ya no podía regresar y estaba bien ya que sentía que con su partida libraría a todos de un dolor que cargaban por su culpa. Y eso, era lo mejor que podía hacer por sus seres queridos en estos momentos.

Se recostó en el techo hundiéndose en sus pensamientos llegando a recordar lo que había sucedido hace ya un par de horas: había asesinado a su padre y lo peor del caso es que no sentía remordimiento alguno.

Lo que había hecho era la mayor falta que un hombre podía cometer pero aun así, sintió que había hecho lo mejor para su familia. Pensaba que esa fue la mejor manera de librarlos de un mal recuerdo y la mejor opción para ya no ver hacia el triste pasado.

Había vengado el sufrimiento de Tom y eso era lo único que le importaba.

Respiró profundamente… aquellas voces regresaban nuevamente a su cabeza, recordándole la advertencia que le había hecho aquella sombra antes de cruzar el límite del infierno y la tierra de los mortales.

“Toda persona que yace aquí, es odiada y olvidada por sus seres amados y todos los esfuerzos que hicieron mientras estaban vivos, se vuelven basura. Bill Kaulitz, ese es el destino que se te tiene preparado cuando se llegue tu hora”.

Nuevamente, el nudo en su garganta se volvió a formar haciendo que se sentara al sentir que se ahogaba. Esa era la razón por la cual lloraba sin control en la habitación de su amiga: el simple hecho de saber que Tom, Iris, Kimberly le odiarían para siempre cuando muriera era el peor castigo que se le podía dar.

Pero nuevamente y con todo el dolor en su corazón sabía que se lo merecía. ¡Lo tenía bien merecido! Pero… lo último que aquel ser le había dicho era falso: sus esfuerzos no serán en vano. No importaba si los demás lo vieran así, Bill Kaulitz siempre los tendrá en su memoria y los conservaría con orgullo, pase lo que pase.


Nota: Como siempre, espero y les guste este capítulo dsjfdskfjfgd oh si tengo tantas cosas en mente para hacerlos sufrir (?) e.e kjdsfdg digo, para hacer esto más interesante(-8 HAAH soy una maldita u_u las quiero mucho lectoras, gracias por leer *-* ! 

1 comentario:

  1. Awww esta buenizima la fic. Me fascina. Que bueno q estas subiendo seguido *.*
    bye cuidatee :D

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