-

-
Tercera novela. (Fandom: Tokio Hotel/ HIATUS)

5 ene 2013

Cuando las luces tocan la tierra.

Notas: Este fue un one que hice para un concurso de navidad, espero y les guste n_n ~

Resumen: Por un descuido de Bill, Tom termina viajando solo por la carretera en vísperas navideñas.



Apretó las uñas en el volante. Aun no podía creer que Bill le haya hecho eso.

Una cosa era viajar por la carretera en compañía para visitar a tu familia y amigos el 24 de diciembre y otra muy diferente era hacerlo solo, en la madrugada, de último minuto y más aparte tener que comprar los regalos por su cuenta en el acto en que pisara Hamburgo. Refunfuñó. Bill le había quedado mal.

Se suponía que su hermano se encontraba en Alemania para vender aun más su imagen y el de la banda pero prometió que en cuanto terminara, se regresaría a LA para ayudarlo a hacer las compras navideñas tanto para sus amigos de esa ciudad como para los que se encontraban en Alemania. Total, al final terminó haciendo todo solo.

Bill no pudo regresar a LA por una tormenta de nieve y se cancelaron los vuelos. Tom lo comprendió e hizo las compras navideñas para sus amigos de esa ciudad ya que Bill le había dicho, que de cualquier manera haría lo posible para volver, ya que quería comprar los regalos de sus padres, Gustav y Georg junto con su hermano por el simple hecho de que esas personas eran las más cercanas a ellos. Tom aceptó pero Bill no regresó. A último minuto le marcó avisando que, al final, se había quedado en la casa de Gordon y que era mejor que Tom ya viajara hacia Alemania y en cuanto llegara, comprarían los regalos restantes.

«Ok», fue lo único que le dijo. Empacó la primera ropa que vio y tomó el primer vuelo hacia el país que lo vio nacer. En ese momento, era 22 de Diciembre; aun había tiempo o eso creía.

El avión tuvo que hacer un aterrizaje forzoso y de mala gana, comprendió el porqué Bill se había quedado con su padre: las tormentas no paraban y para su suerte, los aeropuertos estaban infestados de personas. Gruñó por lo bajo. Aquellas cosas era algo que no le gustaba de las festividades navideñas: la multitud. Estaban por todos lados: en la sala de espera, cafeterías, baños, pasillos. ¡Cielos! A veces olvidaba que él no era el único ser en la tierra. (Rió ante ese comentario egoísta).

Bah. Después de hacer unos tratos con unos contactos, pudo conseguir transporte: un carro rentado. No era mucho y no era de último modelo, pero le ayudaría a llegar a su destino, aunque fuese en carretera.

Madrugada del 23 de Diciembre y él aun pensaba que podía llegar a tiempo. Trató de hablarle a su hermano para contarle lo sucedido y que tal vez llegaba para el anochecer y más que nada, para decirle que se encontraba bien (estando en el hecho de que se encontraba viajando solo, de madrugada y con el pavimento lleno de nieve haciéndolo resbaladizo), pero ni eso su suerte le permitió hacer. Su señal estaba muerta por el momento y lo único que se le ocurrió hacer ante una pequeña ola de coraje fue golpear su frente contra el volante, pero supo contenerlo.

Se frotó los ojos y llevó nuevamente y con pesadez, la mano al volante. Dio un fuerte bufido al pensar que si se hubiese ido con Bill a Alemania desde hace una semana, en estos momentos, no estuviera sufriendo del maldito frío. Así es, para el colmo, el carro no tenía calefacción. ¡Pero no! El señor quería pasar esa semana con sus “nuevos” amigos y con su pareja, Ria. Más que querer estar con ella, lo sintió casi como un compromiso: era su novia y no se sentía bien dejándola sola en las vísperas navideñas; además, sabía muy bien que él no iba a estar a su lado el 25 de diciembre, así que era lo mejor que podía hacer.

Hizo una mueca, ya no ganaba nada con quejarse. Ya iba en camino, eso lo tranquilizaba un poco y el hecho de ver a sus mejores amigos, Georg, Gustav y Andreas, lo animaban mucho. Hacía ya años que no pasaba una festividad con ellos, extrañaba esos tiempos y más cuando se encontraban de gira y no les quedaba otra que festejar frente a una gasolinera de una olvidada carretera. Sus hombros se encogieron. Se pudo decir, que llegó a sentir algo de melancolía al recordar a todo su grupo del staff; ellos llegaron a ser su familia por tantos años. No, negó inmediatamente. ¡Ellos seguían siendo su familia, no importaba qué! Y pronto, muy pronto volverían a estar juntos en una nueva gira y algo le decía, que iba a hacer mejor que las anteriores.

Suspiró. El hecho de viajar en carretera no le molestaba, lo había hecho tantas veces ya, que se le hacía más cómodo que viajar en avión. El hecho es que lo hacía solo, si ese era todo el problema: los regalos eran lo último en su lista de preocupaciones. Total, eran cosas materiales… lo importante era estar con los seres queridos, ¿no?

Sus labios se fruncieron.

A él nunca le había gustado estar solo. No por tanto tiempo.


Era tan aburrido y pesado: sin nadie con quién charlar más que con él, su peor enemigo. Sí, desde hace ya varios años, lo era. Se había convertido en todo lo que había dicho que jamás sería: alguien superficial. Recordó cuando era más chico y apenas se estaba lanzando junto con Tokio Hotel al estrellato: se había prometido a él mismo que el dinero nunca jamás lo compraría, ni a él ni a su música. ¡Ja! Pobre ingenuo, pero claro, a esa edad era fácil decir cualquier tontería ya que ves el mundo desde diferentes ojos. Pero, ¿ahora? Sin querer se había convertido en algo comercial. Creyó tener el control llegándose a decir que lo que hacía era por la imagen de la banda, solo eso, nada tenía que ver con el verdadero Tom, pero, al final, perdió. Así como lo hizo Bill desde hace más años que él. Eso lo había decepcionado. Y aun a sabiendas que podía ponerle un alto a la situación, no lo hizo: aquella situación le hizo ver que se encontraba en el fondo, ya no había rastros de ese Tom de 10 años que lo único que hacía era proteger a su pequeño hermanito de los bravucones de la escuela. Ya no era ese niño que tocaba la guitarra por placer. De alguna manera, sentía en su interior que ya no veía la música como una salida de la realidad hacia su mundo perfecto, donde solo existía él y su guitarra, más bien, ahora la música era un simple medio para que ganase más dinero y poder comprarse todos los estúpidos caprichos que quisiera. Eso… eso era lo más triste que le podía ocurrir a un guitarrista.

—Que porquería —murmuró mirando vacíamente el camino cubierto de una gran manta blanca.

Exactamente por eso no le gustaba viajar solo: porque su mente comenzaba a hablar y lo hacía solo para recordarle en lo que se había convertido: en un ser material. Y justo en estas malditas fechas de “paz”. Vaya ironía la suya.

Por eso estaba molesto con Bill, porque lo había dejado… ¡solo!

Una curva se observaba a lo lejos y Tom tuvo que bajar la velocidad para poder tomarla pero al parecer, no contaba con que el pavimento estuviese tan resbaloso

el auto no pudo evitar patinar, eso lo alarmó.

Dejó todos sus malos recuerdos a un lado y tomó el volante con las dos manos para aferrarse lo más fuerte a él (como si éste le pudiera servir de escudo por si algo malo pasaba) y lo giró hacia su izquierda logrando algo peor, que el auto derrapara. Asustado, mantuvo el volante en esa posición y pisó el pedal del freno lo más fuerte que su fuerza le permitía; sentía su corazón latir en sus oídos y al no saber que más hacer, cerró sus ojos esperando lo que fuese.

—Vamos, detente, vamos, ¡vamos maldita chatarra, detente! —gritó la última palabra a todo pulmón que pudo sentir que algo en su garganta se había desgarrado por el esfuerzo.

Como si el carro estuviese vivo, obedeció las palabras del conductor logrando detenerse en las bardas amarillas de la curva que servían de protección. Tom, al sentir el ligero golpe, abrió su ojo derecho y al ver que seguía vivo, abrió los dos para confirmarlo.

Sí, estaba vivo, ¡lo estaba! Y ante la emoción comenzó a reír como un maniaco pero, aquel momento se esfumó al sentir que el aire se le terminaba, no podía respirar. Conmocionado, titubeó tratando de abrir la puerta y después de un par de golpes, lo consiguió.

No dudó ni un segundo para tirarse a la nieve, sosteniéndose solo de las palmas de sus manos y de sus rodillas. El viento chocaba contra su rostro, helándolo sin compasión. El aire frío que introducía en sus pulmones solo le hizo sentir peor ocasionándole un fuerte dolor en su pecho, pero aun así, no se detenía: seguía tomando grandes bocanadas de aire sabiendo que podía quedar inconsciente o ya con su suerte, morir sepultado en la nieve.

Pero nada de eso le importaba.


Lo único que se escuchó después fueron unos sollozos, unos tan leves que se podían confundir con el sonido del viento llegando a desaparecerlos. Lloraba, lo hacía, ¿por qué? Llevó una mano a su mejilla recogiendo una lágrima y la impuso frente a sus ojos. La observaba con asco.

Apretó su mano haciéndola desaparecer y volvió apoyarla en la nieve. Su cuerpo comenzaba a entumecerse, pero tampoco le importaba. Lo único que quería era desaparecer, ser alguien normal, alguien que es indiferente ante el mundo. Por un minuto no quería ser Tom Kaulitz, el famoso guitarrista de Tokio Hotel. Solo quería ser Tom, un niño que le gustaba tocar su guitarra por amor a la música, a su familia, a sus amigos, a él.

Sus puños se apretaron llevándose algo de nieve entre ellos. Su mirada se perdió en la blancura del pavimento y por un momento, sus lágrimas se detuvieron. ¿Por eso lloraba: por qué extrañaba su verdadera vida? Negaba. Lloraba porque se extrañaba a él mismo.

Dio una vacía sonrisa y miró hacia el cielo.

—Qué gran momento para ponerse sentimental —admitió—. En vísperas navideñas.

Luego, recordó lo especial que era esa festividad para muchos: algunos porque recibían regalos, otros más porque recibían sus aguinaldos. Y otros pocos… porque era el día en que toda la familia podía juntarse para convivir y olvidar todos los ratos mal pasados en todo lo que llevó el año.

Sus ojos se entrecerraron. Hace mucho que no tenía una navidad así, ya saben, donde uno va con sus seres queridos a platicar con calma o entusiasmo lo bueno o lo malo que les ha pasado, compartir una que otra risa, entregarse obsequios o simplemente unos cálidos abrazos. Comer comida casera o ya de último comida rápida, pero qué más da, juntos al fin y al cabo.

Sus navidades ya no eran así. Y se lamentaba por eso. Había veces que no podía visitar a su madre y a Gordon y otras más dónde ni siquiera podía hablar con su padre Jörg; no porque estuviese ocupado, sino porque prefería irse de fiesta con sus amigos. Ja. Y de esos, la mayoría no eran más que una bola de hipócritas queriendo cinco minutos de fama al tener al guitarrista de Tokio Hotel en su fiesta. Él único que le quedaba era su gemelo Bill, ya que últimamente, ni las salidas con sus amigos Georg y Gustav eran las mismas.

Pero aun así, teniendo a su gemelo, a su otra mitad. Se sentía solo.

«Todos, en algún momento, ¿se llegan a sentir así?» preguntó con un nudo en su pecho.

El viento chocaba más fuerte contra él ocasionándole frecuentes temblores logrando así, reaccionar: si no se levantaba y se metía en el coche, moriría en algún momento por el jodido frío. Resignado se puso de pie y tambaleante, caminó hacia el carro. Solo quería llegar a casa, solo eso y olvidar toda esta mala experiencia.

—Juro que no lo vuelvo a hacer —se prometió masajeando su frente pero una ráfaga de viento hizo que todo su cuerpo se inmovilizara.

Cálido. El aire era cálido, ¿cómo era eso posible?

Anonado, giró sobre sus pies y como un extraño reflejo, alzó su vista hacia el cielo ocasionando que casi cayera de sentón ante lo que sus ojos presenciaban: el color gris ya no dominaba los cielos, ahora, eran millones de colores. Entre algunos que pudo distinguir eran el azul, morado, rosa, verde, naranja y había tantos más que desconoció. Aquella cortina de colores bailaba libremente por los cielos brindando calidez en donde quiera que tocara tierra. Tom, sorprendido, dio un brinco hacia atrás al ver como la nieve sobre sus pies se derretía dándole paso al verde césped.

Todo parecía magia, algo ilógico e imposible para él. Acaso, ¿acaso eso significaba que estaba muerto? Miró hacia el auto rentado, no, él seguía con vida. Entonces, ¿qué significaba aquel espectáculo que sus ojos presenciaban?

Paz.


Hipnotizado, caminó hacia la barda naranja y se comenzó a quitarse sus abrigos. No los necesitaba.

No dijo nada al llegar al borde. Solo se limitó a mirar hacia el cielo y observar. Miró como todos esos colores bailaban con libertad en el lugar, descongelando todo lo que había en su paso, brindando calor a todo animal viviente que se encontraba refugiado. Pero, lo que más le agradó, fue sentir calor en su interior.

Aquellas luces lograron apaciguar sus pensamientos y calmar su mente. Por un momento, no escuchó más lamentos en su cabeza. Solo escuchaba el sonido del viento chocar en sus oídos.

Se sentó sobre el césped y continuó con su simple tarea de observar. Sonrió. La verdad no tenía explicación de lo que estaba sucediendo pero… agradeció que pasase. Nunca pensó que sería testigo de algo tan hermoso y simple, hasta ese momento. Inhaló.

Bueno, ¿qué importaba si las cosas en su vida habían cambiado? Eso es parte de crecer y a avanzar. Para continuar con tu camino tienes que dejar algunas cosas atrás, te guste o no. Es parte de seguir y no mirar atrás.

Extrañaba sus navidades en familia y con sus verdaderos amigos pero… eso no significaba que ya no tendría mejores festejos, ¿verdad? Después de todo, los que en verdad lo quieren siguen con él...

La verdad, perdió la noción del tiempo. Se había perdido mirando hacia el cielo tanto rato que ni siquiera se dio cuenta que ya estaba a punto de anochecer, por eso, es que los colores se hacían cada vez más anaranjados y el frío, volvía a estar presente. Miró hacia el césped percatándose de que la nieve volvía a reclamar su territorio y en el acto en que volvió su vista hacia el cielo, el espectáculo había terminado: todo volvía a hacer como antes y el cielo gris anunció nieve por unas cuantas horas más.


Regresó a su soledad, pero está vez, no se sentía triste. Se levantó y se volvió a poner todos sus abrigos para volver al auto y continuar con su marcha. Mientras caminaba, trataba de ponerse su bufanda, al parecer, fue más complicado de lo que pensaba. Rendido, se la volvió a quitar, después de todo, no la necesitaba. Echó la prenda en el asiento del copiloto y rodeó el auto para llegar hacia su puerta. Al parecer, iba a llegar algo tarde para el 24.

—¿Carros? —se cuestionó. Había neblina pero se lograba divisar unas luces atravesándolas. En efecto, eran las luces de varios carros que se comenzaban a orillar hacia donde él se encontraba.

Inquieto, cerró la puerta del auto rentado y caminó hacia los transportes que se estacionaban uno detrás de otro. Al acercarse más, divisó a un hombre bajar de una camioneta, al parecer, negra. Tom conocía aquella silueta, tan delgada y alta, solo se podía tratar de una persona.

—¡Tom! —gritó su gemelo corriendo hacia él—. Dios, Tom. ¡¿Estás bien?! Me tenías muy preocupado, no recibí ni una llamada tuya desde que subiste al avión y cuando me enteré de que habían cancelado nuevamente los vuelos, me preocupé —explicó en vano. Tom no le puso atención en nada de lo que dijo—. ¿Estás bien? —volvió a preguntar mientras su gemelo observaba que de los demás carros (al parecer, de rescate) se bajaban sus padres, sus inseparables amigos Georg y Gustav, y su viejo mejor amigo, Andreas.

—¿Tom? —le llamó su gemelo por lo bajo, apretando su hombro para llamar su atención.

Tom miró como sus seres queridos se aproximaban hacia él, todos mirándolo con preocupación y alivio al mismo tiempo.

Sonrió y agradecido, miró al cielo.

«Sí. Tendré navidades mejores, después de todo… ellos nunca me abandonarán.»

—Estoy bien.

Dijo por fin para después, ser rodeado por aquellas personas que quería y eran lo más importante en su vida.

«Estaré bien»

Bien. Hace un año lo había dicho en una respuesta y hasta el momento, seguía estando bien, con todos y lo más importante, consigo mismo. Ya no le daba miedo viajar solo, ahora, aquello se le estaba convirtiendo en una no tan extraña costumbre.

Aparcó su auto con vista hacia el horizonte y bajó de él para recargarse en el capo. Miró con complicidad hacia el cielo para después, comenzar a quitarse el abrigo que lo mantenía caliente. En unos momentos, ya no lo ocuparía más.

¿Quién diría que un simple viaje por carretera le cambiaría la vida, su forma de pensar? Eso es lo maravilloso de las cosas: uno nunca sabrá lo que le depara el mañana. Y para ser sinceros, no le importaba.

La cortina de luz se hizo presente, como hace un año atrás.

Lo único que le importaba era saber que pase lo que pase, nunca iba a dejar de sonreír, ya no iba a dejar que el miedo a la soledad le ganase. Ni tampoco, se menospreciaría otra vez. Ya no.

Si bien es cierto que se convirtió en algo que de chico juró que nunca pasaría; sabía que podía cambiar. Podía y tenía la voluntad y la fuerza para hacerlo. En eso es lo que ha estado trabajado todo ese año desde su repentino viaje por esa carretera: luchaba por ser una excelente persona, no para los demás, sino por él.

La nieve se había derretido, dejando ver el césped verde como si fuese primavera.

—Las navidades ya no volverán a hacer las mismas —aseguró al recordar la pasada: todos reunidos frente a la chimenea de la estación de policía, festejando la Noche Buena con un simple café comprado en una tienda de la esquina.

Y lo irónico fue que había sido la mejor reunión de todas después de tantos años.

—Nunca más.

Sonrió. De lo que sí estaba seguro era que, mientras las luces tocaran la tierra, todo en él iba a estar bien ya que siempre habrá paz.

1 comentario: